domingo, 17 de junio de 2018

PERSONA NON GRATA (Jorge Edwards)




EL AUTOR

Jorge Edwards Valdés. (Santiago de Chile, Chile, 29 de junio de 1931). Escritor, abogado, periodista y diplomático chileno.
Estudia en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y en el Instituto Pedagógico de la misma universidad, posteriormente realiza sus estudios de postgrado en la Universidad de Princeton. Diplomático de carrera ente 1957 y 1973, ocupa diferentes puestos: primer secretario en París (1962-1967), consejero en Lima (1970), encargado de Negocios en La Habana (1970-1971) y ministro consejero en París (1971-1973).
Tras el golpe de estado de Chile, en 1973 se marcha a Barcelona, donde trabaja como director de la editorial Difusora Internacional y colabora como asesor en la Editorial Seix Barral.
Jorge Edwards contribuyó a formar, con la Sociedad de Escritores de Chile, la comisión de Defensa de la Libertad de Expresión. En 1982 ingresó como miembro de la Academia de la Lengua de Chile.
Entre 1994 y 1997 es embajador ante la Unesco en París, siendo miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco y Presidente del Comité de Convenciones y Recomendaciones (1995-1997), que se ocupa de los derechos humanos.
En 2010, obtiene la ciudadanía española y también es nombrado embajador en París del gobierno chileno.

Es escritor es autor de numerosas novelas, cuentos y ensayos. Destacan, entre otras obras, El peso de la nocheLa mujer imaginariaEl origen del mundoGente de la ciudadLas máscarasAdios, poeta...
Algunos de sus libros han sido traducidos a diversos idiomas. Colabora en diversos diarios europeos y latinoamericanos, como Le MondeEl PaísCorriere della SeraLa Nación o Clarín, de Buenos Aires. Es miembro del consejo de redacción de las revistas Vuelta Letras Libres de México y ha dictado cursos sobre temas latinoamericanos en diversas universidades norteamericanas (Chicago, Georgetown) y europeas (Universidad Complutense de Madrid, Universidad Pompeu Fabra de Barcelona).
El escritor Jorge Edwards, premio Cervantes 1999, depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un legado que permanecerá guardado hasta el 8 de julio de 2035. Es una de las personalidades que deja un objeto personal en la antigua cámara acorazada de la sede central del Instituto.

EL LIBRO

  • Nº de páginas: 408 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: ALFAGUARA
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788420470979



Edwards fue uno de los primeros intelectuales latinoamericanos de primera fila que se distanció del proceso cubano. En 1971 llegó a La Habana con la importante misión de reanudar las relaciones diplomáticas entre Cuba y Chile, donde recién había asumido Salvador Allende. Tras tres meses debió partir, prácticamente expulsado por el régimen castrista. La experiencia quedó registrada en Persona Non Grata, su libro más exitoso y el que mayores dolores de cabeza le ha causado, desde amenazas físicas hasta acusaciones como la de Ariel Dorfman que lo tachó de «agente de la CIA».

IMPRESIONES

Esta obra, condenada con implacable ferocidad en aquellos años por la izquierda y censurada tanto en Cuba como en Chile, narra la experiencia de Jorge Edwards en la isla de Fidel Castro. En 1970 es enviado a Cuba por el entonces presidente Salvador Allende como Encargado de Negocios para restablecer las relaciones entre ambos países. Una estadía de tres meses salpicada de desconcierto e intranquilidad. Vivencias del escritor y diplomático que nos muestra con una prosa sencilla y no sin cierto recelo la realidad social, económica e intelectual durante una de las tantas etapas vulnerables del régimen castrista. Una perspectiva que choca con la de un Fidel intransigente con todo aquel que se oponga a su dictado y que precipitará la salida de Cuba del representante chileno.
El libro Persona non grata está situado en un momento específico y muy especial. Era 1970, y Salvador Allende acababa de acceder al gobierno en Chile, iniciando un proceso que se denominó “la vía chilena al socialismo”, con el mismo fin que Cuba, pero con distintos medios, como se especificaba. Una de sus primeras medidas en el ámbito internacional fue precisamente restablecer relaciones diplomáticas con Cuba, para lo cual envió a Jorge Edwards -que era a la vez diplomático y escritor- a cumplir la importante misión. 

Una de las pocas, tal vez la unica, imagen que se conserva de Fidel Castro con Jorge Edwards durante el breve periodo que éste estuvo al frente de la delegacion diplomatica chilena en Cuba

La experiencia cubana de Edwards fue bastante más compleja de lo presupuestado. En tanto llegó a la isla se sorprendió de que nadie lo esperaba y poco después se encontraría con otra sorpresa más desagradable aún: consideraban que no era confiable, lo espiaban, le revisaban sus cosas. En esto desempeñaban un papel importante dos circunstancias visibles del chileno, además de su pertenencia a una familia tradicional y con parientes ricos en Chile. La primera es que era amigo personal del poeta Pablo Neruda -militante del Partido Comunista de Chile y que había escrito su Canción de gesta en 1960, como homenaje a Castro y a la Revolución-, que había tenido un incidente con los escritores cubanos, por asistir a la reunión del Pen Club en Nueva York en 1966.
En esa ocasión los ánimos se caldearon en la isla y hubo una carta lapidaria -dictada desde muy arriba-, firmada por numerosos escritores que condenaban la actuación de Neruda, por haber servido a los propósitos del imperialismo. La segunda es que Edwards circulaba por los ambientes culturales y literarios de La Habana, especialmente en la Casa de las Américas, cuya política recibía ataques del régimen, y en reuniones con figuras como Pablo Armando Fernández y Heberto Padilla, a quienes se acusaba de haber rodeado al chileno para darle “una visión negativa de la Revolución Cubana”. “No hables nada. No confíes en nadie. Ni siquiera en mí”, le comentó en una ocasión Padilla, mostrando uno de los elementos más visibles y dramáticos de la dictadura: una sociedad construida sobre la desconfianza, llena de adversarios reales o potenciales, que se relacionaba con cinismo y temor esparcido por todas partes, que tendría en el poeta cubano una de las manifestaciones más ignominiosas, como fue la farsa de su “ridícula confesión autoinculpadora”, como se le llama en el estudio introductorio.

Ambas situaciones -que fueron formando parte del “prontuario” de Edwards que lo llevaría a ser non grato- se encuentran explicadas en el libro, mostrando algunos detalles interesantes. Por ejemplo, que entre los signatarios de la carta contra Neruda hubo muchos que se informaron de su firma el mismo día que se daba a conocer, mientras recuerda que los escritores latinoamericanos se encontraban divididos entre la admiración al poeta chileno y la adhesión incondicional a la Revolución Cubana. En el caso de Padilla, el propio Edwards recuerda haberle pedido que tuviera cuidado, que no fuera loco, que no actuara de manera imprudente. “¡Ay de los ingenuos, de los ilusos!”, exclama Edwards, lamentando la situación de Heberto Padilla, que creía que su fama de escritor lo protegería frente a la persecución del poder.

Jose Lezama Lima, Heberto Padilla y otros escritores cubanos

Todo eso fue generando una situación compleja para Edwards, y negativa frente a las autoridades del régimen, que el escritor va recordando con detalle, en un ambiente que bascula entre lo escalofriante y lo revelador, de una revolución que nació como promesa pero que hacia 1970 podía mostrar la consolidación de una dictadura, el “culto a la personalidad”, el fracaso económico y la pobreza de la población, entre otras manifestaciones de la nueva vida que habrían desalentado a muchos creyentes en el proceso cubano. Algunas de esas cosas aparecen en el libro, como las narraciones de la miseria y las persecuciones en la isla; también algunas realidades chilenas, como la visita de buque escuela Esmeralda a Cuba, a la que llegó el mismísimo Fidel Castro, que se sumaba al intento de comprender la extracción social y posición ideológica de los marinos, para prevenir posibles escenarios adversos para la revolución socialista en Chile.

Los trazos que se hacen sobre Fidel Castro resultan especialmente atractivos, como reconocen dos personas que leyeron Persona non grata y le escribieron a Edwards agradeciendo y comentando algún aspecto de la obra. Uno de ellos era Guillermo Cabrera Infante, escritor cubano exiliado en Inglaterra: “Me parece magistral cómo usted ha retratado a Fidel Castro con su mezcla de esquizofrénico y gran actor” (Londres, 4 de febrero de 1974). El otro es el dramaturgo Arthur Miller: “I found your book fascinating, especially the picture of Fidel” (23 de junio de 1988). Efectivamente, el líder cubano aparece como telón de fondo en los distintos capítulos, con su locuacidad e inteligencia, las atenciones especiales hacia su interlocutor, mezcladas con declaraciones duras y trato degradante.

Una de esas manifestaciones es la siguiente: “¿Por qué tienen ustedes que nombrar a escritores en la diplomacia?”, le preguntó Fidel Castro a Edwards en la conversación de despedida. El líder cubano pensaba que habría sido mejor un obrero como enviado de la Unidad Popular chilena. No está de más recordar que Edwards pensaba que eso fue finalmente mejor, porque de otra manera los propios obreros se habrían decepcionado muy temprano de la revolución socialista. Habían sido meses duros para el escritor, entre el 7 de diciembre de 1970 y el 22 de marzo de 1971. La despedida, después de lo vivido, le permitió al chileno despegar con “un sentimiento irrefrenable, gozoso, de liberación”, aunque la experiencia lo continuaría persiguiendo más adelante, como contaría Edwards en otras partes, como su libro Adiós, poeta..., donde narra sus años con Neruda como embajador de Chile en París.

Persona non grata es una novela atractiva, que se lee con rapidez y no da respiro. No es una novela cualquiera, sino que puede ser entendida como testimonio, según se explica en el estudio introductorio. En cualquier caso, resulta magistral en la descripción de la evolución histórica y el ambiente interno del régimen cubano, especialmente en el ámbito de la cultura, subordinada a la Revolución, con un círculo de “sargentos” más bien opacos y serviles -los que llevaron adelante la acusación contra Neruda-, mientras otras figuras más notables como escritores sufrían una persecución sistemática. Sin duda, una novela que vale la pena leer, por su propio valor literario y por su contribución a la mejor comprensión de un proceso histórico fundamental de América Latina en los últimos sesenta años.
Sería fácil  apoyar el testimonio del autor ahora que los años se han encargado de confirmar no sólo sus conjeturas si no la de tantas otras personas. Tan fácil como sería aseverar que sin el duro bloqueo sufrido por la isla, la historia de los cubanos habría sido diferente. Por eso, si se lee con la más absoluta objetividad el testimonio de uno de los primeros escritores distanciado de la revolución castrista, y se dejan de lado las convicciones políticas y la sentencia del más implacable de los instrumentos naturales que es el tiempo, la posibilidad de padecer un enfrentamiento entre el idealismo, germinado por todo anhelo de cambio, y la realidad es inevitable.
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