sábado, 27 de agosto de 2016

ESTAS RUINAS QUE VES (Jorge Ibarguengoitia)


Jorge Ibargüengoitia

EL AUTOR


(Guanajuato, 1928 - Mejorada del Campo, 1983) Escritor y periodista mexicano, considerado uno de los más agudos e irónicos de la literatura hispanoamericana y un crítico mordaz de la realidad social y política de su país.
Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de las fundaciones Rockefeller, Fairfield y Guggenheim.
Su obra abarca novelas, cuentos, piezas teatrales, artículos periodísticos y relatos infantiles. Su primera novela, Los relámpagos de agosto (1965), una demoledora sátira de la Revolución mexicana, lo hizo merecedor del Premio Casa de las Américas. A ésta seguirían Maten al león (1969), Estas ruinas que ves (1974), Dos crímenes (1974), Las muertas (1977) y Los pasos de López (1982), en las que echó mano del costumbrismo para convertirlo en la base de historias irónicas y sarcásticas.
En el terreno del cuento publicó La ley de Herodes (1976). Entre sus piezas teatrales destacan Susana y los jóvenes (1954), Clotilde en su casa (1955) y El atentado (1963). Murió trágicamente en un accidente aéreo.

EL LIBRO

  • Nº de páginas: 176 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: RBA LIBROS
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788498679014




  • Escrita en 1974 y merecedora del Premio Internacional de Novela México el año siguiente, Estas ruinas que ves representa una sucesión festiva, dinámica y alegre de anécdotas bajo una atmósfera provinciana. El protagonista y narrador es un hombre que después de vivir mucho tiempo en la capital regresa a su ciudad natal contratado para dar clases en la universidad provinciana. Su relato, entre la nostalgia y la ironía, es la evocación de un «intelectual del pueblo», con sus parrandas y días de campo, pleitos de cantina y su relación con mujeres inquietantes, algunas idealizadas y otras magníficamente carnales.

    IMPRESIONES

    Esta obra comienza narrándonos con gran detalle la historia y la geografía  de Cuévano , una ciudad chica pero bien arreglada, capital del estado de Plan de Abajo, la cual cuenta con una Universidad de la que emanan prácticamente todos los personajes que aquí aparecen (Gloria, Espinoza, Aldebarán, Malagón, etc.)

    La historia es narrada con un lenguaje coloquial por Aldebarán, quien a pesar de ser nativo de esta ciudad, ya no radicaba en ella y regresa al resultar elegido entre diversos aspirantes para sustituir al profesor de Literatura de la Universidad de ese lugar.

    Nos cuenta desde el momento en que viaja de México a Cuévano y las vivencias que tiene en el carro pullman General Zaragoza; es ahí donde conoce al Profesor de Filosofía Enrique Espinoza y su esposa Sarita, la cual le resulta bastante interesante desde el primer momento que la ve, pues además son un matrimonio bastante raro, el parece tener un sinfín de enfermedades  y ser bastante comodino, pues es  ella la que hace todas las labores que comúnmente pertenecen a los hombres. Aldebaràn coincide en muchas circunstancias con Espinoza, pero no es hasta que llegan a Cuévano y se suben al mismo taxi a petición del 2do. que descubren que son colegas.

    Imagen de la pelicula

    Este viaje también lo comparte con un joven guapo de buen porvenir (Rocafuerte) al que mira con extrañeza y el cual resulta ser un hombre de negocios y el futuro esposo de una de sus alumnas -Gloria- a la cual describe como la más bella de la ciudad.

    Al llegar se instala en el hotel Padilla, lugar donde reside toda la historia. En su primer día se organiza un banqueta  en honor a Pascual Requena, el cual no está presente por ciertas inconveniencias que se presentan y que terminan por hacer que éste renuncie de su cargo.

    Posteriormente cuenta de la borrachera que comparte con sus amigos y cómo Malagòn se mete en problemas, pero su amigo Sebastián Montaña lo saca de la cárcel, así mismo el buscapleitos le cuenta a Aldebaràn que Gloria sufre de una enfermedad del corazón, la cual en el primer orgasmo que tenga acabará con su vida y en toda la obra éste cree que es verdad, siendo el punto donde prácticamente gira todo.

    El narrador nos cuenta con especial emoción de todas las ocasiones en las que ve a Gloria, así mismo de todos los encuentros que tiene con Sarita, la cual al cabo de un día en el que éste va a su casa a entregarle un dinero y a decirle que su esposo se ganó la lotería acaba siendo su amante por bastante tiempo, hasta que creen que Espinoza sospecha, además de que sus hijos y la sirvienta regresan a la ciudad.

    El protagonista, Paco Aldebaran, en la pelicula


    En fin, a lo largo de la obra nos narra las diversas experiencias que va teniendo en ésta su ciudad natal y de cómo contempla con “espanto” el próximo matrimonio de Gloria con Rocafuerte debido a su enfermedad la cual no se hace evidente en ningún momento, es hasta casi al final de la obra que Malagòn le dice que todo fue mentira de borracho y Rocafuerte se lo corrobora al describirle las diversas veces que ésta ha resistido un orgasmo.

    Al final se nos da a entender que Aldebaràn termina por hacer realidad su amor imposible, pues se describe una situación con Gloria exactamente igual a la que vivió con Sarita el primer día que intimaron.

    Estas ruinas que ves es la novela de Cuévano, metáfora literaria de Guanajuato –la ciudad natal de Ibargüengoitia– y de sus habitantes. Las “ruinas” del título no son referencias a sitios arqueológicos precolombinos; son, por un lado, la fuente de la riqueza de la ciudad de antes ("las ruinas: minas inundadas, haciendas de beneficio abandonadas, iglesias destruidas, pueblos fantasma...", 20) y, por otro lado, una metáfora para los habitantes del Cuévano de hoy. En un cuadro –que hace pensar en las pinturas grotescas de Otto Dix– Ibargüengoitia retrata a la burguesía cuevanense, sobre todo, al sector universitario.


    El narrador es Francisco Aldebarán, un profesor de literatura que vuelve a Cuévano, su ciudad natal, para enseñar su especialidad. De esta manera entra, en el ambiente académico y presencia múltiples situaciones estrafalarias desde la inauguración del Aula Pascual Requena, con la que se quería festejar al antiguo rector de la universidad –acto académico que tuvo que hacerse sin el festejado, porque se olvidaron de mandarle una invitación y sin ella no le dejan entrar en la universidad– hasta la ceremonia de bienvenida en la estación de Cuévano en honor del ilustre conferenciante, el doctor Rivarolo, quien "saltó (del tren) con agilidad, dio un traspié, se metió una zancadilla a sí mismo, y cayó al piso." (157). A este episodio poco ventajoso para el doctor sigue un viaje en taxi (dos personas con el chofer y cuatro atrás) hasta un hotel que tenga "camas muy anchas" (158). Finalmente, el programa previsto por los anfitriones cuevanenses en homenaje al invitado se hará sin éste (no le interesa) y con una gran borrachera.

    Guanajuato, ciudad natal del autor, y en la que se inspira para crear la ficticia Cuévano


    Entre las muchas otras situaciones quijotescas quiero destacar los amoríos del narrador. Por un lado le gusta Gloria, una alumna suya, hija del doctor Revirado. Pero como su colega Malagón –el profesor de Historia– le había dicho que Gloria tenía una anomalía del corazón y que la mataría al primer orgasmo, no se atreve hacerla su amante. Por eso se entretiene con Sarita, la mujer de Espinoza, el profesor de Filosofía. Sólo al final, Aldebarán constata que Malagón le había tomado el pelo cuando Rocafuerte, el "novio oficial" de Gloria, le enumera los orgasmos que la chica había tenido con él sin mostrar problemas de salud.

    El encanto de la novela reside en el sinnúmero de escenas grotescas; en su aroma "mordaz, divertido, agridulce y melancólico en el justo grado" para citar a José Manuel Fajardo, el autor del prólogo. También, en algunas técnicas narrativas interesantes como el "Catálogo de ideas fijas cuevanenses"; los "Apuntes" del narrador con sus diferentes perspectivas narrativas o la descripción de la génesis de otra novela que el narrador está escribiendo en la misma novela.

    Existe una version cinematografica de ésta novela, dirigida por Julian Pastor en 1979. Dejo aca el enlace de la pelicula, para posibles interesados:
    https://youtu.be/svgbWPYCJaM



    ACTUALMENTE LEYENDO:  CONSPIRACION  (Robert Harris)



    domingo, 21 de agosto de 2016

    EL DEMONIO DE LAVAPIES (Pedro Herrasti)




    EL AUTOR

    Pedro Herrasti nacido en Madrid, en 1964, es un escritor dedicado a la novela histórica.
    Herrasti siempre ha estado muy vinculado al mundo de la escritura, se licenció en Periodismo, ejerció la profesión, aunque actualmente no se dedica a esta tarea. Reside en Jaén desde hace unos años y preside la Asociación de Amigos de la Biblioteca Provincial de Jaén.




    Herrasti se siente muy satisfecho con su trayectoria, ya que el éxito de su novela
    El demonio de Lavapiés (2008) ha sido destacado y ahora tiene la oportunidad de sacar a la luz otra más.

    EL LIBRO

  • Nº de páginas: 320 págs.
  • Editorial: EDHASA
  • Lengua: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa dura
  • ISBN: 9788435061735
  • Año edición: 2008
  • Plaza de edición: MADRID



  • Tras una azarosa vida luchando en los tercios de Flandes, Gonzalo García vive apaciblemente con su modesto empleo de alguacil en Lavapiés. Pero todo cambia cuando una madrugada se comete en su distrito un macabro triple asesinato en lo que parece ser un rito satánico. Gonzalo recabará la ayuda de la Inquisición y, junto con el dominico fray Diego (que hasta entonces vive retirado en la biblioteca de su convento), tratará de aclarar el crimen y el sentido de un pliego de papel que contiene extraños signos y cifras aparecido junto a uno de los cadáveres. Esa misma mañana, el rey Felipe IV recibe un escalofriante regalo: un corazón humano. Se inicia así una cadena de muertes y crípticos mensajes que siembra el terror en la corte. De las callejuelas sórdidas del Madrid de los Austrias a los salones de una corte en imparable declive, la novela de Pedro Herrasti lleva al lector a bucear en una época marcada por la traición y el fingimiento. Al tiempo que desvela las pasiones más oscuras del corazón humano.

    La combinación de una trama de marcado carácter policíaco, el espíritu de aventuras y el predominio de la acción, junto a una muy eficiente y cuidada reproducción de época hacen de la obra de Pedro Herrasti una de las novelas más logradas y apasionantes sobre la España de los Austrias, con el valor adicional de mostrar no sólo la vida en la corte, quizá más conocida, sino el ambiente social y cultural que palpitaba a su alrededor. Una primera novela que más que una promesa es ya una obra muy acabada y potente.


    IMPRESIONES

    Pedro Herrasti nos propone una entretenida y trepidante aventura en el Madrid de los Austrias plagada de asesinatos, mensajes cifrados y ambiente de imperio en decadencia. Pienso que es inevitable la comparación con las obras del Capitán Alatriste de Reverte, ya que comparten época y escenario y es fácil llevarse por alguaciles, corchetes, recuerdos de los Tercios y callejuelas madrileñas; incluso atisbo algún guiño del autor con la cita a un tal Malatesta, importador de papel genovés.

    Aspecto actual de la plaza de Lavapies  (Madrid)


    Destaco, además de la calidad de la escritura, la continua confrontación entre los dos personajes protagonistas, tan distintos y tan compenetrados a la hora de la verdad; las ordenes religiosas dominantes: jesuitas y dominicos; y sin duda alguna las diferencias entre clases sociales tan marcadas entonces como ahora. Me quedo con una frase de uno de los diálogos entre los protagonistas: "Una cosa es la ley y otra es la justicia" Una verdad como un templo que suscribe y constata hasta el malvado y misterioso demonio Peregrino... ¡Calla lengua, que te vas! 

    También es muy de agradecer las notas explicativas del autor al final del libro, donde de manera magistral expone los acontecimientos y personajes históricos en los que se basa y las añadiduras de su invención que completan y componen la obra. Para los habitantes o visitantes de Madrid no estaría mal recorrer los escenarios que todavía quedan en pie y que se describen en la obra.


    Gonzalo García es alguacil en el barrio madrileño de Lavapiés, cargo alcanzado tras muchos años de permanencia en los Tercios españoles y de haber batallado en media Europa. Una noche es avisado de que una anciana se ha arrojado por la ventana de su cuarto y acude con sus hombres a lo que, a primera vista, se antoja un caso fácil y rápido de solucionar. Pero cuando llega se encuentra con algo inesperado y terrible: dentro de la casa de la anciana aparecen otros dos cuerpos, el de un hombre y el de una chica muy joven, con señales evidentes de violencia. En especial el de la chica, a la que se le ha arrancado el corazón en lo que parece, por los símbolos que la rodean, una ceremonia satánica. Además encuentra un papel lleno de extrañas letras y números, que parece contener un mensaje oculto.

    Al poco, el propio rey Felipe IV recibe en una caja un regalo escalofriante: un corazón humano. Eso hará que también el confesor real, el padre Iturbe, tome cartas en el asunto. Gonzalo va a contar con la ayuda en sus pesquisas de un fraile dominico, fray Diego, antiguo miembro de la Inquisición, que ahora vive retirado en el convento de Atocha. Fray Diego, gracias a sus conocimientos, podrá interpretar el contenido oculto del pliego de papel y de los que posteriormente irán llegando a casa del alguacil. En ellos se irán anunciando lugares y fechas de posteriores asesinatos, llegando, incluso, a cometerse uno dentro de los jardines del Palacio del Buen Retiro, residencia del rey.


    Palacio del Buen Retiro (Madrid) en el siglo XVII. Los jardines traseros forman hoy el actual parque de El Retiro

    Las investigaciones de Gonzalo y fray Diego les llevarán a abrir sucesos sórdidos del pasado acaecidos en el Convento de San Plácido y se verán muchas veces superados por las habilidades del misterioso “Peregrino”, firmante de los mensajes. De las calles más insalubres del barrio de Lavapiés hasta los palacios reales de una monarquía que se derrumbaba, ambos irán extrayendo sorprendentes e inquietantes conclusiones. Y siempre quedará una pregunta flotando en el aire: ¿realmente se enfrentan a un demonio capaz de desaparecer a su antojo y de matar con tanta con crueldad?.

    Una de las cosas que más me ha gustado del libro es la recreación que hace del Madrid de Felipe IV, la capital de un imperio que se hundía y que a pesar de su grandeza de cara al exterior, dentro de sus calles y gentes se movía una pobreza casi extrema. El extremo lujo y los dispendios constantes de los nobles, iglesia y realeza dilapidaban sin piedad las riquezas del país, al igual que las guerras que se mantenían en Europa. Las calles de uno de los barrios más castizos de Madrid, el de Lavapiés, están trazadas con maestría y somos capaces de ver las casas desvencijadas, la tierra de las calzadas que se convertía en barro con las lluvias, las tabernas y figones, las casas de “moral relajada”, las broncas y peleas nocturnas.

    Para los que somos de aquí o los que conocen bien la ciudad es fascinante hacerse un nuevo plano mental de la ciudad y de algunos de sus barrios siguiendo las palabras de Pedro Herrasti. Reconocer la iglesia de la Virgen de Atocha (aunque la actual está reconstruída sobre la anterior), que entonces pertenecía a un gran convento rodeado de jardines y tratar de imaginarlo resulta un ejercicio mental fascinante. O caminar junto a Gonzalo y fray Diego por la calle Atocha o por las que llevaban hasta el Alcázar de los Austrias (hoy Palacio Real, levantado sobre sus ruinas tras un pavoroso incendio).

    Salon de Reinos, unico edificio integrante del Palacio del Buen Retiro que se conserva en la actualidad. Fue sede del Museo del Ejercito y actualmente su destino es servir de ampliación al Museo del Prado

    También es de agradecer que recupere lugares de los que ya apenas quedan vestigios, como fue el Palacio del Buen Retiro, que se ubicaba, aproximadamente, en los terrenos que hoy ocupa el Museo del Prado, la iglesia de los Jerónimos (que era la del Palacio entonces), el hotel Ritz y llegaba hasta la actual plaza de Cibeles. A su espalda, pero dentro de él, estaban sus famosos jardines, el actual Parque del Retiro, abiertos al público desde el reinado de Carlos III. De este enorme palacio sólo quedan hoy el Casón del Buen Retiro, que se utilizaba como anexo al Museo del Prado para las colecciones de pintura del siglo XIX y que ahora es Centro de Estudios, y el Salón de Reinos que durante mucho tiempo fue el Museo del Ejército. El palacio, construido con materiales muy pobres, se deterioró con rapidez durante la invasión francesa, ya que las tropas napoleónicas lo usaron de cuartel y tuvo que ser derruido casi en su totalidad bajo el reinado de Isabel II.

    Pedro Herrasti nos pasea por este monumental palacio y sus jardines con una naturalidad envidiable, como si lo conociera de toda la vida. Incluso nos habla de la famosa estatua del rey Felipe IV (que actualmente se sitúa en la Plaza de Oriente, frente al Palacio Real y que entonces estaba en los jardines del Buen Retiro) y del modo en que podía verse a través de muchas de las ventanas. Pero también nos hace imaginar, con un lenguaje muy gráfico, cómo se vivía en las casas y calles de Lavapiés, un barrio que tuvo durante siglos una numerosa presencia de familias judías y que en el momento de la acción es oscuro, sucio, triste y hasta peligroso. En algunas páginas pasearemos por la Plaza Mayor, la calle Alcalá, la calle Mayor, la Plaza de las Descalzas…Insisto, esta recreación es realmente buena. 

    ACTUALMENTE LEYENDO:  ESTAS RUINAS QUE VES  (Jorge Ibargüengoitia)

    domingo, 14 de agosto de 2016

    LOS CRIMENES DEL MONOGRAMA (Sophie Hannah)



    EL AUTOR

    Sophie Hannah (Manchester, 1971) es una reconocida autora de novelas de suspense psicológico. Su obra incluye también el cuento, los libros infantiles y la poesía. Hija del académico y escritor Norman Geras, y de la escritora Adele Geras, estudió en la Universidad de Manchester y publicó su primer libro de poemas The Hero and the Girl Next Door con tan sólo 24 años.

    Su estilo es frecuentemente comparado con los fluidos versos de Wendy Cope y el surrealismo de Lewis Carroll. En el 2004 fue nombrada como una de los poetas de referencia del Poetry Book Society's Next Generation, y su poemario Pessimism For Beginners, fue seleccionado para el Premio T. S. Elliot en el 2007. Su obra poética es estudiada hoy en día en los colegios británicos. Es además una celebrada autora de ficción, nominada al internacional IMPAC Dublin Literay Award.



    Sus novelas de suspense se sitúan en las listas de los libros más vendidos en varios países y han sido traducidas a más de 17 idiomas. Durante años fue profesora en el Trinity College de Cambridge y en el Wolfson College de Oxford. Actualmente vive en West Yorkshire con su marido y sus dos hijos. Ha recibido el Premio Daphne du Maurier

    EL LIBRO

  • Nº de páginas: 368 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: S.L.U. ESPASA LIBROS
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788467042184



  • Londres, 1929. Hércules Poirot está cenando en el café Pleasant cuando una mujer irrumpe en el local y le confía que alguien está a punto de matarla. Le ruega que no investigue, pues con su muerte, dice, se habrá hecho justicia.

    Unas horas más tarde, tres personas son asesinadas en un elegante hotel londinense. Poirot no puede evitar involucrarse en el caso, pero, mientras él se esfuerza en ordenar todas las piezas, el asesino se prepara para volver a matar.

    Desde la publicación de su primera obra en 1920, Agatha Christie escribió treinta y tres novelas, dos obras de teatro y más de cincuenta historias breves con el personaje de Hércules Poirot. Ahora, por primera vez, los albaceas de su legado han aprobado la creación una nueva novela protagonizada por el personaje más querido de la Dama del Crimen.

    IMPRESIONES

    Se suele calificar la obra de Agatha Christie como literatura ligera o popular -en el sentido más peyorativo del término; poco exigente intelectualmente y sólo capaz de proporcionar una satisfacción momentánea (como si eso fuera poco, por otro lado)-, y su estilo provocan aparente desdén; sin embargo, algo tendrá de especial su obra cuando es tan difícil de imitar, no digamos de superar, en cuanto a ingenio, pistas falsas, creación de suspense y redondez de la resolución final. Quien haya leído y aprecie a Christie sabe que la de Torquay sigue siendo la vara de medir en todos esos estándares y en algunos más.

    Pero no es sólo la agudeza de sus puzzles criminales lo que engancha a los lectores, sino un algo más, una cualidad muy difícil de definir, que quizá podemos llamar -permítanme este atajo- duende, encanto, magia, una gravitas que sobrevolaba la narración por encima de su aparente liviandad y de sus golpes de humor. Sus novelas son algo más que meros ensamblajes -perfectos ensamblajes, eso sí; tan perfectos que funcionaban a la perfección aun cuando tuvieran agujeros o incluyeran el uso de venenos inventados por la autora, por poner un ejemplo- de historias criminales; al acabar la lectura de cualquiera de sus obras, en especial de las que descuellan sobre las demás, queda en nosotros un poso, una sensación de sabiduría aumentada, de mayor conocimiento de la naturaleza humana, a la vez que cierta sensación de catarsis, por el realismo que confiere a las pasiones y a los instintos humanos que en esas historias tan fuertemente se representan.

    En efecto, en las mejores historias que nos cuenta Agatha Christie, la autora consigue que veamos el mal en acción, que la sensación de amenaza por ese mal profundamente humano se convierta en algo real y muy inquietante. Christie escribía con sabiduría acerca de los asesinos y con compasión acerca de los inocentes, por lo cual todos ellos nos parecían personas de verdad. Nos creíamos la desvalidez de la víctima tanto como la vileza del asesino, y por eso sus detectives -en especial, Hércules Poirot- eran personalidades tan marcadas y también tan queridas: ellos representaban la justicia y la nobleza que neutralizaba ese mal tan vívidamente descrito.

    Hotel Kensington (Londres). En éste Hotel y en el Ritz se inspiró la autora para crear el Hotel Bloxham

    No es pequeño el valor que ha tenido Sophie Hannah al querer resucitar a Hércules Poirot, con el visto bueno del nieto de Christie. En efecto, el incomparable detective belga vuelve a la vida en esta historia ambientada en el Londres de 1929. Esta vez, la historia está narrada por su joven amigo Edward Catchpool, quien hace aquí el doble papel de narrador y de, digamos, aprendiz de Poirot, como en tantas novelas lo hacía el entrañable Hastings. La historia de Los crímenes del monograma tiene su atractivo: tres personas aparecen asesinadas en el elegante hotel Bloxham, y Poirot y Catchpool se ponen manos a la obra para desenmascarar al asesino, en un caso que se complicará cada vez más.

    Sin duda, uno de los mayores atractivos de Los crímenes del monograma, para los seguidores de Christie, estriba en volver a ver a Poirot en acción. Y aquí debemos advertir de lo siguiente: este detective tiene el mismo aspecto que Poirot, es belga y francófono como él (aunque la autora intercala demasiadas palabras y expresiones en francés; lo hace casi en cada párrafo de diálogo de Poirot, cosa que nunca sucedía en el original; el auténtico Poirot se limitaba a un mon ami y a algún nom d’un nom d’un nom de vez en cuando, pero no recuerdo ni por asomo oírle decir non y bon en vez de no y bien, como hace aquí casi en cada caso), comparte su gusto por el orden y el método, es sagaz e inteligente… e incluso se llama igual. Pero no es él.

    Sencillamente no lo es, y cualquier conocedor de Poirot se dará cuenta enseguida de la mixtificación. No es sólo que el de Sophie Hannah se maneje peor en inglés que el auténtico de Christie y necesite recurrir a su lengua materna cada dos por tres (sí, me ha molestado ese detalle, qué se le va a hacer); ni siquiera es que éste sea un pelín más maniático que aquél. Es simplemente que no son la misma persona. El Poirot auténtico era un hombre quizá pagado de sí mismo, pero nunca cargante ni desagradable con sus amigos. Jamás se dirigió a Hastings en términos reprobatorios, salvo en broma; ni tampoco le hizo sentir deliberadamente tonto, cosas todas ellas que sí hace este detective. Quizá la autora ha querido hacer una imitación tan perfecta, que se le ha ido un poco la mano. Y al fin y al cabo, son dos escritoras distintas y sus personajes son distintos; es lógico.

    Tampoco la trama de Los crímenes del monograma, si bien ingeniosa, podría pasar por una de Christie, y eso a pesar de que comparte con las de aquélla la época, la ambientación, el tipo de misterio -un cozy, como se llama en inglés, o sea, el típico asesinato en un ambiente cerrado, normalmente una casa de campo o un pueblo pequeño, pero también un hotel; un desarrollo que se centra en los personajes y en las historias y secretos que ocultan, más que en los procedimientos policiales; y, muy importante, un asesino cuya presencia existe a lo largo de toda la trama y cuyo descubrimiento ha de provocar sorpresa- y varios de los trucos que a la Christie le eran más queridos y que se convirtieron en clásicos de su obra. Si acaso, podría pasar por un Christie de los últimos años, con novelas que seguían siendo agradables y adictivas pero habían perdido el brillo de las de su época dorada.

    De izquierda a derecha, Inspector Catchpool, Hercules Poirot y el director del Hotel Bloxham, Lucca Lazzari, en la version hecha para la televisión de ésta obra


    Lo cierto es que Los crímenes del monograma tiene sus méritos. No es tarea fácil copiar el estilo y las hechuras de otro escritor, y Sophie Hannah se ha quedado a medias. La novela constituye una lectura rápida e interesante; de hecho, es muy entretenida y está narrada en un tono ligero que resulta muy parecido al de Christie, lo cual la aleja del humor macabro y deprimente que suele permear muchas novelas de misterio en la actualidad y que hace que deseemos abandonarlas a medio camino sólo por esas insoportables atmósferas de velatorio que suelen contagiarnos. El narrador, Catchpool, es de hecho un personaje muy simpático, más logrado que el propio Poirot, lo cual no debe extrañarnos, puesto que es creación de esta autora y no ha sido tomado prestado de otra. Si bien se embrolla un poco hacia el final, el conjunto no deja de ser técnicamente bueno y mantiene el suspense, con varios sospechosos y motivos plausibles.

    Los crímenes del monograma constituye una propuesta interesante y atractiva para cualquier aficionado al misterio, que no necesariamente, repito, a los procedimentales policiacos llenos de violencia, adicciones, detectives con trastornos de personalidad y ambientes de decadencia social y moral; de hecho, serían muy bienvenidas más novelas de este corte. Además de esto, los fans de Agatha Christie podrán recordar -si es que alguna vez lo han olvidado- a su detective más famoso: el excéntrico, querido y, sí, inimitable Hércules Poirot.

    ACTUALMENTE LEYENDO:  EL DEMONIO DE LAVAPIES  (Pedro Herrasti)



    sábado, 13 de agosto de 2016

    EL ARBOL DE LA CIENCIA (Pío Baroja)





    EL AUTOR

    (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956) Novelista español. Por su padre, como por su madre, perteneció a familias distinguidas, muy conocidas en San Sebastián; entre los ascendientes de la madre, existía una rama italiana, los Nessi.
     
    Este poco de sangre italiana que llevaba en las venas no dejó nunca de halagar a nuestro autor, aunque su orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca. Eran tres hermanos: Darío, que murió, joven aún, en Valencia; Ricardo, que fue pintor y escritor y gozó también de alguna fama, y Pío, el novelista. Era éste el menor de los hermanos. Ya muy separada de ellos, nació Carmen, que había de ser la gran compañera del novelista.
     

    Pío Baroja
    El padre de Baroja, don Serafín, era ingeniero de minas, profesión que, unida a su temperamento inquieto y errabundo, llevó a la familia a continuos cambios de residencia. Ello no dejó de ser una suerte para el futuro novelista, que, de este modo, pudo conocer desde niño diversas partes de España, y sobre todo, Madrid, su amor más grande después de Vasconia, donde había de florecer su vocación y conseguir por último la fama.
     
    Baroja permaneció poco tiempo en su ciudad natal; tenía siete años cuando sus padres se trasladaron a Madrid donde don Serafín había obtenido una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; de Madrid pasaron a Pamplona, siempre por exigencias del cargo del padre y de sus deseos de mudanza. Desde Pamplona volvió la familia a Madrid; esta vez a don Serafín no le impulsaría ya solamente la inquietud, los deseos de cambio: sin duda entró también en su decisión la necesidad de educar a los hijos.
     
    Cuando abandonó Pamplona tenía Baroja catorce años cumplidos; había asistido con sus hermanos a las clases del Instituto, y sobre todo reñido y correteado por las murallas; no sabemos si había ya emborronado alguna cuartilla, pero sí que había leído a Julio Veme, a Mayne Reid, el Robinsón, y había soñado ya con aventuras maravillosas, Junto al Arga, o subido a un árbol de la Taconera.
    Había estudiado Baroja en San Sebastián las primeras letras, continuándolas en Madrid; antes, en Pamplona había frecuentado la escuela, como hemos dicho, y había empezado a asistir a las clases del Instituto; prosiguió en Madrid los estudios, y lo hizo finalmente en Valencia, donde terminó la carrera de Medicina, doctorándose posteriormente en la capital de España. Fue, por lo general, un pésimo estudiante; estuvo siempre mucho más interesado en las novelas que en los libros de texto; su carácter arisco y rebelde le perjudicó también en gran manera, pues acabó riñendo con algunos de sus profesores y no despertó simpatías en ninguno.
     
    Aparte de esto, pasó toda su juventud entre dudas; nunca supo bien qué carrera le gustaba estudiar; en verdad, no le interesaba ninguna. Sólo las letras le atraían, pero tampoco en las letras veía clara su vocación. Antes de ir a Valencia había empezado algunos cuentos, artículos, tal vez una novela, pero lo rompió todo o lo dejó olvidado. Sus fracasos de estudiante, como es fácil suponer, se debieron más a falta de interés que de talento. Pocos escritores ha habido de vocación más segura y que se moviese más inseguro, con más dudas sobre su vocación, y aún mucho después, escrita ya buena parte de su obra, se preguntaba si sería verdaderamente escritor.
     
    Al terminar sus estudios, Baroja se trasladó a Cestona, en el país vasco, donde había conseguido una plaza de médico. No tardó en advertir que aquello no era lo suyo; al poco tiempo estaba asqueado del oficio; había reñido con el médico viejo, con quien compartía el cuidado de la salud de aquellos pueblos, como había reñido antes con sus profesores; se había enemistado con el alcalde y, naturalmente, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaban de trabajar los domingos en su jardín.
     
    Se fue de allí asqueado del pueblo, del médico y hasta de los enfermos, cuando menos de algunos de éstos, y se trasladó a San Sebastián, donde estaba en aquel momento la familia. Permaneció algún tiempo en San Sebastián, y de allí salió para Madrid. En la capital estaba su hermano Ricardo, que, también sin empleo, se ocupaba en un negocio de pan de una tía de ellos que había quedado viuda. Ricardo le había escrito a su hermano que estaba harto del negocio y que iba a dejarlo. Baroja vio el cielo abierto ante él, y sin vacilar un instante escribió a su hermano que iba a Madrid, con la intención de ocuparse de aquel negocio.
     
    De este modo, se vio convertido en dueño de un comercio de pan, sobre lo cual se le gastaron después tantas bromas y le irritaron de tantas maneras, sin contar los disgustos que se derivarían para él de la marcha del negocio. En Madrid, no obstante, había algo para él que estaba por encima de todo: de la vulgaridad del oficio y de las burlas que se le pudiesen gastar; allí podría, en efecto, reanudar los contactos con sus antiguos amigos, frecuentar los medios literarios, ponerse, en realidad, en contacto con su vida, volver de un modo o de otro a aquello que cada vez con mayor certeza sentía que era su vocación.
     
    A poco de llegar a Madrid, instalado ya en el negocio, empezó sus colaboraciones en periódicos y revistas; en 1900 publicaba su primera obra Vidas sombrías, colección de cuentos, que empezó a darlo a conocer. Eran, en su mayoría, cuentos escritos en Cestona sobre temas de aquella región y de sus experiencias de médico; se trataba de vidas humildes, y reflejaban toda la tristeza de aquel medio, y la tristeza, sobre todo, que reinaba entonces en su alma -mezclada con ráfagas de cólera-.
    Puede decirse que en su primera obra estaba ya en germen toda su obra futura. Vidas sombrías constituyó un éxito, un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Galdós y sobre todo Unamuno, que se entusiasmó con él, especialmente de uno de los cuentos, "Mary-Belche", y quiso conocer a su autor.
     
    A partir de entonces Baroja fue dedicándose más y más a las letras, y apartándose cada vez más del negocio, hasta dejarlo del todo y consagrarse exclusivamente a su vocación. En algún momento Baroja llevó a cabo alguna incursión en el campo de la política, arrastrado más que por su convicción, por el ambiente de la época y por el ejemplo de algunos de sus compañeros, como por ejemplo, Azorín. Efectivamente, Baroja se presentó para concejal en Madrid, y más adelante para diputado por Fraga.
     
    Estas tentativas, como era natural, constituyeron dos rotundos fracasos; tampoco él lo había tomado demasiado a pecho. Se retiró cada vez sin gran disgusto; nos divirtió después contándonos las peripecias, y volvió al camino de las letras del que nunca habría ya de apartarse.
     
    Fue Baroja un gran viajero; los libros y los viajes fueron sus grandes aficiones, puede casi decirse que sus únicas aficiones. Sus viajes por España los hizo casi siempre acompañado; fue unas veces con sus hermanos, Carmen y Ricardo, otras con amigos; hizo uno con Maeztu y otro con Azorín, en sus comienzos, y más adelante, con Ortega y Gasset, que le llevó en algunas ocasiones en su automóvil.
    Baroja llegó a ser uno de los escritores que conoció mejor la España de su tiempo, cosa que se puede comprobar en sus novelas. La ciudad más visitada -también la más querida de las ciudades extranjeras- fue París. En ella pasó un largo tiempo en sus últimos años, cuando huyó de España durante la guerra civil. También estuvo en Londres y más adelante en Italia; viajó por Suiza, Alemania, Bélgica, Noruega, Holanda y Jutlandia, escenario de su trilogía Agonías de nuestro tiempo, con la magnífica El torbellino del mundo, con que encabeza la trilogía.
     
    Fuera de esto, su residencia habitual fue Madrid, y más adelante Vera del Bidasoa, donde adquirió la casa de Itzea, y donde pasó los veranos con su familia. En este tiempo su destino estaba ya fijado, y con él su norma de vida; Baroja consagraba su tiempo a escribir y a viajar. Sus producciones iban apareciendo con gran regularidad y su fama creciendo hasta situarle en pocos años entre las primeras figuras de la nación. Esta actividad no cesó apenas durante su vida, de manera que es el escritor de su tiempo que cuenta con una obra más copiosa; también más diversa y más rica.
     
    Entre sus mejores obras merecen citarse Vidas sombrías, publicada en 1900; Inventos y mixtificación de Silvestre Paradox, de 1901, en la cual evoca sus días de estudiante en Pamplona, con el ambiente de la ciudad; Camino de perfección (1902), confesión íntima y muy personal, en que podemos verle en las dudas y vacilaciones de su juventud, y que causó vivísima impresión. Muy bella, y bastante lograda, aunque de otro tono, es El mayorazgo de Labraz (1903), escrita también con recuerdos de Cestona, en que relata admirablemente la vida en un pueblo de España, con influencias tal vez de la vieja tragedia.
     
    Importante es también en la producción barojiana la trilogía que siguió a estas novelas, que apareció bajo el subtitulo "La lucha por la vida", formada por La busca, Mala hierba y Aurora roja; aparecidas primero en folletín, y publicadas en volúmenes sueltos en 1904, ofrecen en mucha parte, en su desarrollo, las características de aquel género; en ellas el autor recoge admirablemente el ambiente de los barrios bajos del Madrid de su tiempo, en las primeras luchas sociales; merecen también citarse Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía, novela la primera situada en la tierra vasca y en la época de las guerras carlistas, y la segunda, dedicada a la vida del mar con recuerdos de antepasados del escritor, de aventuras, de piraterías, y sobre todo con evocaciones de su infancia en San Sebastián, parte que constituye tal vez lo mejor del libro.
     
    Estas dos novelas eran aquellas por las cuales mostró Baroja una cierta preferencia, especialmente por Zalacaín y en ella por la figura del héroe. No obstante, la obra más importante del novelista es sin duda Las memorias de un hombre de acción, novela cíclica, que escribió a lo largo casi de su vida y que terminó ya en la vejez. Consta esta obra de veintidós volúmenes y el héroe central es un antepasado suyo, G. de Aviraneta, que tuvo alguna importancia en los hechos políticos de su tiempo; en tomo a la existencia de su héroe, el autor reconstruye toda una época agitada y terrible de España; se incluyen en ella las guerras de la Independencia y carlistas, con tumultos y sublevaciones, en los días de Fernando VII e Isabel II.
     
    Es una amplia evocación que tiene de novela, de historia y de folletín, pero siempre dentro de un gran rigor histórico, y todo fundido y recreado por la imaginación del escritor. Destacan en esta serie El escuadrón de Brigante, Los recursos de la astucia, El sabor de la venganza, Las figuras de cera, La nave de los locos y La senda dolorosa, dedicada ésta, en su mayor parte, al trágico fin del conde de España.
     
    Aparte de estas obras, Baroja escribió algunos ensayos; sus libros de recuerdos, Juventud, egolatría (1917); Las horas solitarias y La caverna del humorismo (1918); eran éstas las obras preferidas por Ortega y Gasset, que aconsejaba al escritor que persistiera en aquel género; ya en sus últimos años Baroja dio a la prensa sus Memorias. Estas Memorias constituyen un monumento de la época, una evocación de su vida, y de la vida de su tiempo, con las figuras más importantes con las que trató, tanto en las letras como en las artes.
     
    Sus Memorias constituyen asimismo un documento inapreciable para el conocimiento del autor, acaso su libro más interesante, el de lectura más agradable, y con el cual coronaba su obra y, puede decirse, su existencia. En este tiempo vivía en Madrid con su familia, con la que continuó viviendo hasta su muerte; su producción alcanzaba ya una cifra muy importante, y aunque no gozaba quizá de la fama que merecía, su nombre figuraba entre los tres o cuatro más destacados de la nación. En 1935 fue admitido como miembro de la Academia de la Lengua. Fue quizá, y sin quizá, el único honor oficial que se le dispensó.
     
    En sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista; sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que brillaban aún más en su tiempo, de Balzac, Stendhal, de Tolstoi y Dickens, que fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró sin reservas al lado de Dostoievski; se notan también en él influencias de los folletinistas franceses, cuya lectura le apasionó en su juventud, con las de la picaresca española, Quevedo, Mateo Alemán y El Lazarillo, no menos evidentes.
     
    En las ideas dominaba al principio Nietzsche, pero poco a poco este entusiasmo fue cediendo, quedando en un escepticismo, muy cerca de Montaigne y, sobre todo, de Voltaire, al que leyó y admiró, pero que era también muy suyo. El fondo de sus libros es, por esto, pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de paisajes, de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un entusiasta, con una nota continua de alegría y, podríamos decir, da optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su obra.
     
    Descuella Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos y paisajes, y sobré todo, en la pintura de tipos; a veces tiene en sus descripciones algo de pintor, y nos recuerda en algunas ocasiones a Goya, especialmente en sus novelas de la guerra civil. No estuvo adherido a ninguna escuela, ni formó parte, en cuanto a influencias, de ningún grupo; fue, en este aspecto, el más rebelde de los escritores y el más independiente en todos los sentidos.
     
    El mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección por toda suerte de seres fantásticos, locos, de gente rara y absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un deseo de redención y de justicia, que le emparenta con los grandes novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más admiró.
     
    Baroja ha sido, sobre todo por sus ideas y por su manera de exponerlas, el literato más discutido, el más atacado de los escritores de su tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas, por su sinceridad brutal, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de la España de su tiempo, al lado de Galdós, y para algunos por encima de éste.

    EL LIBRO

  • Nº de páginas: 264 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda bolsillo
  • Editorial: ALIANZA EDITORIAL
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788420658803



  • Publicada en 1911, EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (para el propio Pío Baroja «el libro más acabado y completo de todos los míos») es la obra en la que la técnica narrativa del novelista –el gusto por la sucesión ininterrumpida de acontecimientos, la abundancia de personajes secundarios, la hábil articulación de situaciones críticas, el impresionismo descriptivo, el rápido trazo de caracteres– alcanza su mayor eficacia, así como aquella en que, en palabras de Azorín, se halla «mejor que en ningún otro libro el espíritu de Baroja».

    IMPRESIONES

    Pío Baroja consideraba “El árbol de la ciencia” como el libro mas acabado y completo de todos los suyos. Sin que logre desbancar en mi corazón a “La busca“, la relectura de esta obra me ha descubierto en efecto un libro que resume de manera perfecta no sólo el estilo de Baroja, sino sobre todo su pensamiento, su postura ante la vida, su compromiso con la realidad social que le toco vivir. Un compromiso que, lamentablemente, se echa mucho de menos en nuestros escritores contemporáneos.

    “El árbol de la ciencia” narra la vida del joven Andrés Hurtado, desde que comienza sus estudios de medicina, hasta el final de los mismos, su primer trabajo como médico rural en un pueblo manchego, su vuelta a Madrid y el desempeño de su oficio como médico de un seguro para gente humilde o como médico de Higiene.

    El libro El Árbol de la Ciencia que en la mayoría de las veces se define como novela filosófica, se debería calificar como novela autobiográfica ya que la vida de Andrés Hurtado, el protagonista del libro, y la del propio autor son muy similares.

    Los factores más parecidos entre ambos son que los dos estudiaron medicina, a ambos se les murió un hermano, y además los dos conocieron muy bien el ambiente rural y la de la capital.

    Es verdad que muchas de las cosas que ocurren en el libro como la muerte del hijo y de la mujer y el posterior suicidio no son hechos reales que le hayan pasado a Baroja, pero las aficiones, los continuos cambios de residencia y otros capítulos de la vida del escritor se ven perfectamente reflejadas en Hurtado.

    Hurtado es un joven sensible, reflexivo, al que la observación de lo que acontece a su alrededor va volviendo antisocial. Durante sus estudios, comprende el atraso científico en que vive inmersa España. La idea de este atraso se desarrolla a lo largo del libro, achacándola a la falta de interés de los catedráticos que preparan a las nuevas generaciones, que se sirven de materiales de estudio obsoletos y oscurantistas, así como a la imposibilidad de desarrollar ninguna investigación en un país donde el progreso está mal visto por atentar contra la moral imperante y donde el capital no se invierte jamás en nada experimental, pues se busca la ganancia segura.

    La experiencia como médico rural contribuye a agudizar el desencanto de Hurtado. La vida asfixiante de un pueblo manchego donde la probidad o la honradez no son valores, donde sólo se respeta el dinero, donde los ricos oprimen a los pobres sin que estos exhalen una queja, solivianta el espíritu de justicia que caracteriza al protagonista.

    El regreso a Madrid, donde ejerce como médico de Higiene dando el certificado de salud a prostitutas, y como médico de un seguro para gente humilde, le pone en contacto con lo más bajo de la sociedad. La miseria física y moral en la que viven sus pacientes enerva a Hurtado, que les acusa de tener espíritu de esclavos. A pesar de vivir en la más absoluta indigencia, no hay en ellos el más mínimo espíritu de rebelión. Aceptan la iniquidad de la sociedad que los pisotea como algo inmutable que aceptan no con resignación, sino como algo que no les concierne.

    Si en la trilogía de “La lucha por la vida” Baroja retrataba el ideal del hombre de acción, que con su iniciativa modifica su entorno, en “El árbol de la ciencia” defiende al hombre que se desprende de todo para llegar a vivir con la máxima independencia y llegar mediante su esfuerzo al más absoluto equilibrio intelectual, a la ataraxia.

    Sorprende al leer esta novela el comprender que la sociedad española no ha avanzado nada, más de un siglo después desde la época que la obra describe: el mismo desprecio por la educación y por la investigación científica, la misma pleitesía al dinero, el mismo culto a las apariencias, el mismo espíritu de sumisión que agacha la cabeza en vez de erguirse ante la injusticia social.

    Se echa en falta en nuestros días un escritor que se comprometa con su época y describa la realidad de nuestra sociedad como lo hizo Pío Baroja con las suyas.



    Estructura:   la novela consta de siete partes divididas en capítulos. Las tres primeras partes forman un conjunto en el que se presente al personaje: formación académica, intelectual y anímica; relaciones familiares y personales; primeras experiencias como médico.  La  1ª parte refleja sus estudios de medicina y la decepción ante  profesores y alumnos. La 2ª es un esbozo de la panorámica social del Madrid de las clases media y baja en las casas de la vecindad. En la 3ª, Andrés viaja a un pueblo valenciano buscando el clima que cure la enfermedad de su hermano Luis. Termina la carrera y va como médico a un pueblo de Burgos, donde recibe la noticia de la muerte de su hermano.
    La 4ª parte es un intermedio reflexivo. Es  un extenso diálogo entre Andrés y su tío Iturrioz sobre el árbol de la vida y el árbol de la ciencia. Es el núcleo intelectual de la novela: constituye una recapitulación filosófica de la primera etapa vivida por Andrés y la formulación ideológica que verá comprobada en la siguiente.


     Las tres últimas partes también conforman un bloque en el que se desarrollan las experiencias profesionales y personales de Andrés hasta el trágico desenlace. En la quinta parte se narra  la experiencia negativa de Andrés como médico en Alcolea. En la 6ª regresa a Madrid y trabaja como médico de prostitutas  y de pobres. En la 7ª parte, Andrés se casa con Lulú, trabaja como traductor y encuentra la paz en el matrimonio hasta que todo acaba en tragedia: su hijo nace muerto, muere Lulú y él se suicida.
     
    Aspectos filosóficos: El árbol de la ciencia es una novela intelectual impregnada de una filosofía pesimista. Tres son los filósofos preferidos en las lecturas del protagonista: Kant, Schopenhauer y Nietzsche. De ellos, la presencia más influyente es la Schopenhauer. Así, en la novela se muestra desde el principio la relación entre el dolor y sufrimiento del hombre y la inteligencia y conocimiento empleados en la búsqueda de la verdad. Hurtado se va convenciendo de la filosofía pesimista del alemán ya en su período de alumno interno en el hospital, ante la contemplación del dolor de los enfermos y la crueldad del personal sanitario. Su dolor resalta más en contraste con la actitud inconsciente de su compañero Lamela, que está enamorado de una solterona fea, pero él la idealiza y la ve bellísima. También se aprecia el eco de Schopenhauer en la conducta de Hurtado cuando alivia el sufrimiento de su soledad familiar y de su rechazo de la farsa universitaria al ver el dolor de su amigo artrítico Fermín Ibarra: es el alivio del dolor personal ante la contemplación del ajeno.  Hurtado intenta seguir el modelo de la abstención (“ataraxia”) schopenhaueriano hasta que la muerte de Luisito perturba la tranquilidad encontrada en el pueblo burgalés.

    El auténtico núcleo filosófico de la novela está en la cuarta parte: en ella Iturrioz esboza su concepción del mundo partiendo de la imagen bíblica del árbol de la vida y el árbol de la ciencia (4ª parte, cap. 3).

    Hurtado defiende la esperanza de que mediante la ciencia y el conocimiento se podrá llegar a un mundo mejor; pero ante la ruindad humana de Alcolea, llega al escepticismo puro, a la serena impasibilidad conseguida con la autolimitación, pero la pierde en la entrega sexual con Dorotea (5ª parte, cap. 10).

    De nuevo en Madrid, vuelve a conseguir la ataraxia mediante la abstención social en el refugio de su matrimonio con Lulú, convencido de que “Iturrioz tenía razón: la Naturaleza no solo hacía el esclavo, sino que le daba el espíritu de la esclavitud” (6ª parte, cap. 8). Hurtado vuelve a perder la ataraxia (esa abstención vital propugnada por Schopenhauer) abatido por la muerte de su hijo y de su esposa, y, aplastado por el dolor, ya no puede conciliarse con la vida ni por medio de la ciencia ni por la de la abstención.

    El título de la novela:  El árbol de la ciencia, insiste en lo intelectual, en el conocimiento de la verdad; todo acaba aplastado por el árbol de la vida, pero algún día la ciencia podrá ser útil, como parecen indicar las palabras finales: ”había en él algo de precursor”, referidas al suicida.
     
    Aspectos sociales y políticos: La novela refleja la vida española en el tránsito del S.XIX al XX. Desde un punto de vista noventayochista, Baroja muestra una desoladora panorámica que constituye el subtema más importante de la novela. Baroja refleja la realidad española en dos núcleos espaciales fundamentales, Madrid y Alcolea del Campo (a los que se añaden otros de menor importancia: pueblo de Valencia, Valencia capital, pueblo burgalés).

    El núcleo espacial madrileño le sirve a Baroja para trazar una despiadada radiografía de las clases sociales y del ambiente cultural: la mísera sordidez de las casas de vecindad (su descripción adquiere tonos esperpénticos en la muerte del escritor bohemio Villasús); los ambientes de la prostitución (lacra tolerada y considerada como un mal necesario) donde la miseria se agudiza: viven amontonadas, reciben palizas brutales, padecen enfermedades, etc. Esta situación contrasta con los señoritos de la alta sociedad que las visitan, con las amas que las regentan, con la protección policial de que gozan alcahuetas, amas y chulos, con la “honrada decencia” de los empresarios contra los que el narrador descarga su ironía feroz (6ª parte, cap. 5).
    Nada escapa a la visión demoledora: la religión católica aparece como funesta creadora de un mundo cómodo mediante la caridad  y el paraíso prometido, mientras que sus ministros se entregan al bienestar, al juego y a la sexualidad pervertida. En Alcolea la férrea moral católica impone al pueblo un comportamiento que distorsiona su sexualidad internamente desenfrenada y alimentada por la pornografía. La sanidad tampoco queda mejor parada: hospitales sin higiene, trato humillante y cruel a los enfermos.  Pero Baroja es especialmente satírico con la Universidad española, que aparece como símbolo de la vulgaridad intelectual: edificios inadecuados, falta de espíritu científico en alumnos juerguistas y en profesores ineptos. También aparece el abandono de la investigación, sin protección alguna por las instituciones ni la industria, lo que obliga al inventor Fermín Ibarra a emigrar a Bélgica.

    En el terreno político se manifiesta la misma realidad penosa. El pueblo vive, engañado por sus gobernantes, el irresponsable optimismo ante la guerra con EE.UU, que acarreará la pérdida de sus colonias, provocando el Desastre del 98; sólo algunas mentes lúcidas  como Iturrioz son conscientes de la triste realidad. Lo más grave es que, ocurrido el desastre, sigue la indiferencia general de los políticos y del pueblo, que parece no enterarse de nada. Todo ello causa la desolación  de  Andrés  (6ª parte, cap. 1).

    Esta situación se completa con la penosa realidad de la España rural ejemplificada en Alcolea del Campo: pueblo sin solidaridad, manejado por una política corrompida y aplastado por una economía paralizada; Alcolea está sitiada por la moral católica y el caciquismo de liberales y conservadores (grotescamente denominados “Ratones” y “Mochuelos”), que se turnan políticamente en la explotación del pueblo ignorante y resignado.
    El atraso  científico, la pobreza cultural, la desastrosa realidad social y la absoluta irresponsabilidad política dominantes en aquella época eran tan penosas como ciertas. Ante esto, el protagonista de la novela abandona toda rebeldía social a favor del escepticismo absoluto.


    Problemática existencial: los dos ingredientes fundamentales de la novela (la filosofía pesimista de Schopenhauer y la penosa realidad social y política española) están relacionadas entre sí de modo que constituyen el marco intelectual y humano en el que se desarrolla la problemática existencial de Andrés. Hurtado, que antepone la independencia como norma ética, no logra, ni en su familia, ni en la intelectualidad ni en  la sociedad, un sistema de ideas en que basar su vida, convirtiéndose así en un exponente de los conflictos existenciales del intelectual de principio de siglo. Veamos su desarrollo:
    - El desamparo familiar condiciona su personalidad. Rechazo, aislamiento, exceso de sensibilidad, agravados en la universidad en contraste con el pragmatismo de Aracil, con la estupidez de sus profesores, y alimentados por sus lecturas filosóficas.


    - La depresión y la angustia se agudizan en contacto con la mísera de las casas de vecindad.
    - Halla la paz en el pueblo levantino, pero en la capital valenciana su espíritu se ve perturbado por una angustia de signo cósmico ante las ciegas fuerzas de la Naturaleza ocultas en la noche.
    - En  la aldea de Burgos recobra el equilibrio, pero se rompe con la muerte de Luisito.
    - Andrés escucha de Iturrioz su pesimista concepción del mundo, pero él confía en la ciencia, “que ni es cristiana, ni atea, ni revolucionaria, ni reaccionaria”, pero se derrumba por la experiencia repugnante de Alcolea.
    - Ya en Madrid, Andrés, convencido de que Iturrioz tenía razón, llega a la esquizofrenia (6ª parte, cap. 8).
    - Halla un oasis de tranquilidad con Lulú, pero vuelve a ser aplastado por el destino: malos presentimientos que se apoderan de su sensibilidad enfermiza, inquietud creada por el deseo de Lulú de tener un hijo, histerismo de ella en el embarazo; finalmente, la tragedia de la muerte de Lulú y el hijo hacen que la existencia se vuelva insoportable para Andrés. Pierde su confianza en la ciencia (la medicina no pudo salvar a su mujer) y en la Naturaleza (que tampoco curó a Luisito). Por lo tanto, se suicida. Sin embargo, la idea final (“Tenía algo de precursor”) ofrece una esperanza: las ideas no mueren, y el sacrificio de Andrés conlleva la esperanza de un mundo menos absurdo mediante el esfuerzo intelectual.

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