sábado, 30 de noviembre de 2013

LIBROS QUE HE LEIDO LA COLA DE LA SERPIENTE (Leonardo Padura)



EL AUTOR

Leonardo Padura Fuentes (La Habana, 1955) es un novelista y periodista cubano, conocido especialmente por sus novelas policiacas del detective Mario Conde. El Gobierno de España concedió en 2011 la ciudadanía de ese país a Padura, quien sigue viviendo en Cuba.

Nacido en el barrio de Mantilla, hizo sus estudios preuniversitarios en el de La Víbora, de donde es su esposa Lucía; naturalmente, estas zonas de La Habana, muy ligadas espiritualmente a Padura, se verán reflejadas más tarde en sus novelas. Padura estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Habana y comenzó su carrera como periodista en 1980 en la revista literaria El Caimán Barbudo; también escribía para el periódico Juventud Rebelde. Más tarde se dio a conocer como ensayista y escritor de guiones audiovisuales y novelista.



Su primera novela —Fiebre de caballos—, básicamente una historia de amor, la escribió entre 1983 y 1984. Pasó los 6 años siguientes escribiendo largos reportajes sobre hechos culturales e históricos, que, como él mismo relata, le permitían tratar esos temas literariamente.  En aquel tiempo empezó a escribir su primera novela con el detective Mario Conde y, mientras lo hacía, se dio cuenta "que esos años que había trabajado como periodista, habían sido fundamentales" en su "desarrollo como escritor". "Primero, porque me habían dado una experiencia y una vivencia que no tenía, y segundo, porque estilísticamente yo había cambiado absolutamente con respecto a mi primera novela", explica Padura en una entrevista a Havana-Cultura.

Las policiacas de Padura tienen también elementos de crítica a la sociedad cubana. Al respecto, el escritor ha dicho: "Aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias".

Su personaje Conde —desordenado, frecuentemente borracho, descontento y desencantado, "que arrastra una melancolía", según el mismo Padura— es un policía que hubiera querido ser escritor y que siente solidaridad por los escritores, locos y borrachos. Las novelas con este teniente han tenido gran éxito internacional, han sido traducidas a varios idiomas y han obtenido prestigiosos premios. Conde, señala el escritor en la citada entrevista, refleja las "vicisitudes materiales y espirituales" que ha tenido que vivir su generación. "No es que sea mi alter ego, pero sí ha sido la manera que yo he tenido de interpretar y reflejar la realidad cubana", confiesa.

Conde, en realidad, "no podía ni quería ser policía" y en Paisaje de otoño (1998) deja la institución y cuando reaparece en Adiós Hemingway (2001) está ya dedicado a la compraventa de libros viejos.

Tiene también novelas en las que no figura Conde, como El hombre que amaba a los perros (2009), donde las críticas a la sociedad cubana alcanza sus cotas más altas.

Padura ha escrito también guiones cinematográficos, tanto para documentales como para películas de argumento.

Vive en el barrio de Mantilla, el mismo en el que nació. Al preguntarle por qué no puede dejar La Habana, el ambiente de su historia, ha dicho: “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”.

EL LIBRO

Corre el año 1989 y Mario Conde, el policía cubano hastiado por las fatigas de la vida vuelve con un sorprendente caso, encargo especial de su compañera de profesión, Patricia, una china mulata. Juan Chión, padre de Patricia y otro de los personajes que encauzará los hilos de la historia junto con Francisco Chiú cuya amistad está solidificada por las experiencias del pasado.

Esta vez, y para sorpresa de los lectores fans de Padura, el decadente Barrio Chino de la Habana será uno de los principales escenarios donde se llevará a cabo la investigación de una misteriosa muerte. La víctima, un chino llamado Pedro Cuang aparece ahorcado, mutilado de un dedo y con unos extraños signos en el pecho. Las pesquisas apuntan a prácticas de brujería, tráfico de drogas e importantes cantidades de dinero oculto.
De fondo se observa una sociedad de emigrantes chinos sumida en la oscuridad del propio ser humano y la obsesión por conseguir riquezas.

Puerta de los Dragones, entrada principal al barrio chino de La Habana, en calle Zanja


IMPRESION PERSONAL

La Cola de la Serpiente no fue concebida ab initio como una más de la novelas de la saga de Mario Conde. En efecto, su génesis es un relato corto que escribió Padura en los años 90, aprovechando una investigación periodística que realizó acerca del Barrio Chino de La Habana. Y en éste contexto, Padura no se resisitió a escribir un pequeño relato de su personaje Mario Conde, buceando por las turbias aguas de ésta degradada zona del centro de la Habana. Posteriormente, el relato fue revisado y ampliado, reescrito podríamos decir,  y el resultado final ha sido una novela más de la serie de Mario Conde, cuyo contenido exponemos ahora brevemente.

Lo anterior se nota bastante en el libro, ya que es más corto que los demás que conforman la serie de Mario Conde, y en éste volumen se aprecia una menor intervención de los personajes secundarios, el Mayor Rangel, el gordo Contreras, y es de notar que no aparecen en absoluto ni su gran amigo Carlos ni su madre. Tampoco otros amigos de Conde como el Conejo o Candito el Rojo, aunque se les nombra en el libro. Significativo es también el hecho de que no aparezca ninguna mujer de las habituales en Mario Conde, tan solo al final y muy brevemente aparece Tamara, el gran amor de Conde. Los personajes chinos no aparecen suficientemente desarrollados en mi opinión, siendo solamente un esbozo, propio del relato corto que fue génesis de la presente novela.

Calle Maloja, en el degradado Centro Habana, donde Padura ubica la casa de Juan Chion


El suceso nuclear -un crimen con mutilación y ahorcamiento del cadáver- desencadena, como resulta obligado, las indagaciones que ocupan la historia. Pero lo más importante en este caso es que la víctima es un chino, y que las pesquisas de Mario Conde lo llevan a internarse en el decaído Barrio Chino de La Habana, formado en tiempos más prósperos por inmigrantes orientales que fueron acudiendo a una Cuba opulenta y lejana en busca de mejor destino; un barrio muy activo hace medio siglo, aunque convertido actualmente en una zona sórdida y envejecida donde apenas sobreviven, en condiciones paupérrimas, los herederos de aquellos inmigrantes que, en una gran mayoría de casos, soportaron una dura explotación y que han continuado aferrados al lugar en vez de seguir el camino inverso al de sus mayores.

Este retrato de “una ciudad oscura, tórrida y cada día más hostil”, de un ámbito urbano que sólo muestra signos de ruina y degradación, este callejeo de Conde por lugares casi vacíos, por solares abandonados, por habitaciones míseras, malolientes, de paredes desconchadas y llenas de cachivaches y muebles rotos, es sin duda lo más valioso de la novela. Y hay algunos personajes con los que se relaciona Conde que ofrecen historias inolvidables, como Juan Chion y Francisco Chiú, cuyo pasado común fundamenta una sólida amistad, o que asoman en bocetos rápidos y certeros, como Jacinto el Mago, el gigantesco Marcial Varona y algunos descendientes de esclavos africanos que todavía practican los oscuros ritos religiosos del palo monte. Padura conduce al lector con destreza por oscuros vericuetos en los que las antiguas historias y las pistas que no siempre orientan en la dirección adecuada se mezclan en una confusa maraña cuya explicación final es, sin embargo, diáfana, y, lejos de convertirse en un artificio mecánico para cerrar el desenlace, repercute en los más profundos sentimientos de algunos personajes. Los acartonados y previsibles tipos de muchas novelas de intriga se revisten aquí de humanidad. El resultado es un friso de figuras que deambulan por un escenario poblado por fracasados y perdedores nostálgicos, ya sean mulatos, blancos o chinos e independientemente del sector social en que se encuentren.

Virgen de Regla, mezcla única de sincretismo religioso, a caballo entre la religión católica y las antiguas religiones africanas


El propio Conde, que reúne y acentúa algunos rasgos de los antihéroes investigadores creados por la novela y el cine norteamericanos, no escapa a esa condición. Su conciencia de superviviente va unida al recuerdo de amores desvanecidos pero aún operantes -Karina, Tamara- y al de un mundo de esperanzas juveniles al que “la realidad le había robado demasiados jirones” y que no había mejorado, porque “los años no habían pasado para mejor, sino para preparar un retroceso que [...] tendría consecuencias dolorosas para el país donde había nacido y vivido” (p. 45). Son precisamente estos toques que, además de evocar una Cuba pretérita y feliz, van perfilando la humanidad del personaje -incluso con ribetes humorísticos, como en la magistral escena en que aparece Patricia Chion-, lo que trasciende los límites de la novela de intriga y la dignifica literariamente. Un placer para cualquier lector.  

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