EL AUTOR
(Georgia, 1917 | Nueva York, 1967) Nació en Columbus, Georgia, en 1917, y murió en Nueva York, en 1967, de un ataque al corazón, a la temprana edad de cincuenta años. Su producción narrativa, publicada íntegramente en Seix Barral, comprende los siguientes títulos: El corazón es un cazador solitario (1940; Seix Barral, 1989), convertido inmediatamente en un clásico de la novela contemporánea, Reflejos en un ojo dorado (1941; Seix Barral, 1958), Frankie y la boda (1946; Seix Barral, 1960), La balada del café triste (1951; Seix Barral, 1958) y Reloj sin manecillas (1961; Seix Barral, 1963). Póstumamente ha aparecido su autobiografía, Iluminación y fulgor nocturno (1999; Seix Barral, 2001). «El mudo» y otros textos (Seix Barral, 2007), publicado en la colección Únicos, incluye el esbozo de «El mudo» —primer título que recibió El corazón es un cazador solitario— y ensayos sobre literatura. Está considerada, junto a William Faulkner, como una de las mejores representantes de la narrativa del Sur de Estados Unidos.
EL LIBRO
La última novela que escribió Carson McCullers relata los destinos cruzados de cuatro memorables personajes, cuyas vidas son fi el refl ejo de las injusticias sociales, la soledad espiritual y la naturaleza confusa del amor en el turbador Sur estadounidense de los años cincuenta.
Ésta es la historia del viejo juez Fox Clane, encarnación del patriarcal carácter sureño; su nieto adolescente Jester, hijo de un malogrado enemigo de la discriminación racial, y Sherman Pew, un chico negro de ojos azules que ejerce una fascinadora atracción sobre ambos. Junto a ellos se desarrolla el drama personal del farmacéutico J. T. Malone, quien, desahuciado por los médicos, descubre que el verdadero peligro del hombre no es morir sino perderse a sí mismo en vida.
IMPRESION PERSONAL
La literatura sureña estadounidense a pesar de lo aparentemente limitado del contexto geográfico en el que nace, ha sido capaz de crear unos arquetipos esenciales para buena parte de la narrativa actual. Además de ella han surgido grandes nombres, con sensibilidades y estilos diversos, como los de William Faulkner, Tennessee Williams, Flannery O’Connor o Erskine Caldwell.
La vida de Carson McCullers, también adscrita a este género, estuvo marcada por algunos episodios difíciles, sus continuas enfermedades y una bisexualidad vivida en una época y lugar nada tolerante, que es lógico pensar que influyeron definitivamente en su querencia por retratar los márgenes, y quienes lo habitan, de la sociedad.
Reloj sin manecillas (1961) fue la última novela que escribió la autora estadounidense, y por eso es fácil ver en ella las características que han jalonado su carrera, incluidas algunas de sus obras esenciales como El corazón es un cazador solitario o Reflejos en un ojo dorado. Quizás la principal de todas ellas sea esa doble prisma en que se mueven sus personajes, primero el más individual e íntimo y el otro uno más colectivo o social en el que se circunscribe también el anterior.
En este relato, una vez más construido por medio de historias cruzadas, varios de los personajes, los más importantes, están marcados de maneras diferentes y más o menos directas por la muerte y la influencia lógica que causa en la forma de afrontar su existencia. Así asistimos a un farmacéutico al que le diagnostican una enfermedad mortal o a un viejo juez racista y tradicionalista que junto a su nieto, que se irá transformando en su antítesis, sufren el suicidio de su hijo y padre respectivamente.
Estas situaciones dramáticas servirán también para sacar a relucir las aspiraciones fallidas y sueños truncados de ellos. Todo está situado en un contexto histórico sociopolítico muy determinado, mediados del siglo XX, en el que la segregación racial sigue insaturada “de facto” en ciertos lugares.
El racismo es un tema recurrente en la escritora, y aquí tiene un rol preponderante, representado principalmente en el papel de Sherman, un personaje fascinante en el que su desconocimiento de su historial familiar y un duro entorno le convierten en un peculiar militante por la causa en el que se mezcla un lado fantasioso y arrogante.
Una de las grandes virtudes de Carson McCullers es que el acercamiento a historias y personajes que realiza las lleva a cabo sin caer en dogmatismos ni razonamientos obvios, sino con una cierta lejanía (que conlleva objetividad) y un tono de comprensión evidente. Así es muy fácil que florezcan en el lector sentimientos encontrados ante el joven negro o de cierta compasión con el viejo juez sureño.
Carson McCullers es una maestra a la hora de administrar las dosis de interés en sus novelas, como asimismo lo es en la presentación de los personajes, Los temas que aborda, los que han plagado todas sus obras indefectiblemente, están reunidos aquí y en todo su esplendor. Sabe de igual manera situar detalles muy enriquecedores en sus textos y nos habla de tiempos y acontecimientos que cambiaron la situación social de ese país y, en consecuencia, la del mundo entero. Y en esta novela en cuestión nos habla incluso de ciertos temas políticos que, saliendo de la propia trama en los coloristas y tensos diálogos de sus personajes, nos documentan claramente de la época en que transcurren los hechos. Los años 50 son los años de la lucha contra el racismo, pero asimismo son los años de la aparición de un cierto racismo entre “castas” de blancos (p. 161), años de una tímida aparición de visibilidad homosexual y que tendrá su explosión más de veinte años después; tiempos en los que, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, se da una redención de las monedas de los países perdedores, hecho que molesta al juez ante la desaparición de su querida moneda sureña. De igual manera son los días en los que los vecinos del pueblo suelen reunirse en las reboticas para tratar todo tipo de problemas, aspecto que viene endulzado por la prescripción de Coca-colas, allí dispensadas como bebida medicinal y reconfortante. Pero, y ello es lo más importante, tras este paisaje social subyace un gran estudio de personajes, psicológico y social, y que acaba de bordar la espléndida y última obra de la escritora. “Reloj sin manecillas” comienza y acaba circularmente, con el mismo protagonista, J. T. Malone, testigo de unos increíbles hechos, y ante el descalabro de unos personajes caídos en desgracia y que, con mano firme aunque compasiva, Carson McCullers traza a la perfección.
La escritura de la norteamericana mantiene ese realismo crudo y sobrio habitual en este tipo de literatura, pero su forma adquiere una característica muy peculiar al dotarle de un tono poético, muchas veces imperceptible, pero que acaba por filtrarse y dar lugar a leves destellos de luz entre historias y ambientaciones duras.
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