jueves, 30 de enero de 2014

LA DAMA DE URTUBI (Pío Baroja)



EL AUTOR

Pío Baroja, (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956) Novelista español. Por su padre, como por su madre, perteneció a familias distinguidas, muy conocidas en San Sebastián; entre los ascendientes de la madre, existía una rama italiana, los Nessi.
 
Este poco de sangre italiana que llevaba en las venas no dejó nunca de halagar a nuestro autor, aunque su orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca. Eran tres hermanos: Darío, que murió, joven aún, en Valencia; Ricardo, que fue pintor y escritor y gozó también de alguna fama, y Pío, el novelista. Era éste el menor de los hermanos. Ya muy separada de ellos, nació Carmen, que había de ser la gran compañera del novelista.

El padre de Baroja, don Serafín, era ingeniero de minas, profesión que, unida a su temperamento inquieto y errabundo, llevó a la familia a continuos cambios de residencia. Ello no dejó de ser una suerte para el futuro novelista, que, de este modo, pudo conocer desde niño diversas partes de España, y sobre todo, Madrid, su amor más grande después de Vasconia, donde había de florecer su vocación y conseguir por último la fama.
 
Baroja permaneció poco tiempo en su ciudad natal; tenía siete años cuando sus padres se trasladaron a Madrid donde don Serafín había obtenido una plaza en el Instituto Geográfico y Estadístico; de Madrid pasaron a Pamplona, siempre por exigencias del cargo del padre y de sus deseos de mudanza. Desde Pamplona volvió la familia a Madrid; esta vez a don Serafín no le impulsaría ya solamente la inquietud, los deseos de cambio: sin duda entró también en su decisión la necesidad de educar a los hijos.
 
Cuando abandonó Pamplona tenía Baroja catorce años cumplidos; había asistido con sus hermanos a las clases del Instituto, y sobre todo reñido y correteado por las murallas; no sabemos si había ya emborronado alguna cuartilla, pero sí que había leído a Julio Veme, a Mayne Reid, el Robinsón, y había soñado ya con aventuras maravillosas, Junto al Arga, o subido a un árbol de la Taconera.
 
 
 
Había estudiado Baroja en San Sebastián las primeras letras, continuándolas en Madrid; antes, en Pamplona había frecuentado la escuela, como hemos dicho, y había empezado a asistir a las clases del Instituto; prosiguió en Madrid los estudios, y lo hizo finalmente en Valencia, donde terminó la carrera de Medicina, doctorándose posteriormente en la capital de España. Fue, por lo general, un pésimo estudiante; estuvo siempre mucho más interesado en las novelas que en los libros de texto; su carácter arisco y rebelde le perjudicó también en gran manera, pues acabó riñendo con algunos de sus profesores y no despertó simpatías en ninguno.
 
Aparte de esto, pasó toda su juventud entre dudas; nunca supo bien qué carrera le gustaba estudiar; en verdad, no le interesaba ninguna. Sólo las letras le atraían, pero tampoco en las letras veía clara su vocación. Antes de ir a Valencia había empezado algunos cuentos, artículos, tal vez una novela, pero lo rompió todo o lo dejó olvidado. Sus fracasos de estudiante, como es fácil suponer, se debieron más a falta de interés que de talento. Pocos escritores ha habido de vocación más segura y que se moviese más inseguro, con más dudas sobre su vocación, y aún mucho después, escrita ya buena parte de su obra, se preguntaba si sería verdaderamente escritor.
 
Al terminar sus estudios, Baroja se trasladó a Cestona, en el país vasco, donde había conseguido una plaza de médico. No tardó en advertir que aquello no era lo suyo; al poco tiempo estaba asqueado del oficio; había reñido con el médico viejo, con quien compartía el cuidado de la salud de aquellos pueblos, como había reñido antes con sus profesores; se había enemistado con el alcalde y, naturalmente, con el párroco y con el sector católico del pueblo, que le acusaban de trabajar los domingos en su jardín.
 
Se fue de allí asqueado del pueblo, del médico y hasta de los enfermos, cuando menos de algunos de éstos, y se trasladó a San Sebastián, donde estaba en aquel momento la familia. Permaneció algún tiempo en San Sebastián, y de allí salió para Madrid. En la capital estaba su hermano Ricardo, que, también sin empleo, se ocupaba en un negocio de pan de una tía de ellos que había quedado viuda. Ricardo le había escrito a su hermano que estaba harto del negocio y que iba a dejarlo. Baroja vio el cielo abierto ante él, y sin vacilar un instante escribió a su hermano que iba a Madrid, con la intención de ocuparse de aquel negocio.
 
De este modo, se vio convertido en dueño de un comercio de pan, sobre lo cual se le gastaron después tantas bromas y le irritaron de tantas maneras, sin contar los disgustos que se derivarían para él de la marcha del negocio. En Madrid, no obstante, había algo para él que estaba por encima de todo: de la vulgaridad del oficio y de las burlas que se le pudiesen gastar; allí podría, en efecto, reanudar los contactos con sus antiguos amigos, frecuentar los medios literarios, ponerse, en realidad, en contacto con su vida, volver de un modo o de otro a aquello que cada vez con mayor certeza sentía que era su vocación.
 
A poco de llegar a Madrid, instalado ya en el negocio, empezó sus colaboraciones en periódicos y revistas; en 1900 publicaba su primera obra Vidas sombrías, colección de cuentos, que empezó a darlo a conocer. Eran, en su mayoría, cuentos escritos en Cestona sobre temas de aquella región y de sus experiencias de médico; se trataba de vidas humildes, y reflejaban toda la tristeza de aquel medio, y la tristeza, sobre todo, que reinaba entonces en su alma -mezclada con ráfagas de cólera-.
 
Puede decirse que en su primera obra estaba ya en germen toda su obra futura. Vidas sombrías constituyó un éxito, un éxito del que el propio autor se sintió sin duda asombrado; de su libro se ocuparon con elogio Azorín, Galdós y sobre todo Unamuno, que se entusiasmó con él, especialmente de uno de los cuentos, "Mary-Belche", y quiso conocer a su autor.
 
A partir de entonces Baroja fue dedicándose más y más a las letras, y apartándose cada vez más del negocio, hasta dejarlo del todo y consagrarse exclusivamente a su vocación. En algún momento Baroja llevó a cabo alguna incursión en el campo de la política, arrastrado más que por su convicción, por el ambiente de la época y por el ejemplo de algunos de sus compañeros, como por ejemplo, Azorín. Efectivamente, Baroja se presentó para concejal en Madrid, y más adelante para diputado por Fraga.
 
Estas tentativas, como era natural, constituyeron dos rotundos fracasos; tampoco él lo había tomado demasiado a pecho. Se retiró cada vez sin gran disgusto; nos divirtió después contándonos las peripecias, y volvió al camino de las letras del que nunca habría ya de apartarse.

EL LIBRO



Autor: Pío Baroja
ISBN:  978-84-7035-096-2
Colección: Colección ''Itzea''
Nº de pág: 104

Un médico de un pequeño pueblo navarro, situado cerca de la frontera con Francia, explica, a través de las palabras de un cura, el origen, los motivos y los rituales, así como sus sortilegios, conciliábulos y aquelarres, de la brujería practicada en la comarca durante el siglo XVII. Un movimiento con mucho seguimiento, sobre todo cerca de Zugarramurdi, donde celebraban algunos de sus ritos en las iglesias cristianas.

IMPRESION PERSONAL

La dama de Urtubi expone el mundo de la brujería durante el siglo XVII en País Vasco. Describe la actitud del pueblo ante la brujería, la superstición, el respeto y el miedo... Importante es la figura de las sorguiñas en las tierras vascas y navarras, brujas que se reunen y celebran espeluznantes aquelarres. Paralelo a la historia de brujería hay una historia de amor protagonizada por Leonor, la dama de la casa de Urtubi, y Miguel Machain, que aunque de otro mundo tiene mucho en común con ella. Un relato del maestro Baroja más que recomendable.

Se narra la historia de Leonor de Alzate, sobrina huérfana del señor de Urtubi, a quien pretenden tanto el señor de Saint-Pée, procedente de un linaje enemigo, como el plebeyo Miguel Machain.

El primero es un tipo peligroso que recluta a la «reina de los aquelarres» para que una noche de san Juan en Zugarramurdi convierta a Leonor en bruja y no pueda ya separarse de él. Machain, después de emigrar como soldado y hacer la fortuna suficiente como para casarse con la señora, tratará de evitarlo.
 
Baroja describe los procesos inquisitoriales de Pierre Lancre, terrorífico inquisidor en el País Vasco francés del XVII. Y también escenifica el akelarre, con una «vieja vestida de negro, iracunda y siniestra» que «subida sobre una piedra peroraba en vascuence contra la religión y la Iglesia», mientras la maestra de ceremonias empezaba a sentir los efectos de la mandrágora y el estramonio».
Machain salva a la chica, por su conducta racional y su buena cabeza, al contrario que los implicados en el akelarre, que terminan en el tribunal de Logroño: la justa recompensa por cada acción, según la escala de valores del propio Baroja.
 
Castillo de Urtubi, en la localidad de Urreña
 
 
El autor escribió 'La dama de Urtubi' en Itzea, en 1916, y refleja su apego por la zona fronteriza en la que se enclava el caserón comprado unos años antes, a un paso de Urruña, la localidad vascofrancesa donde según la novela un médico se encuentra con un cura que le pasa el manuscrito con la historia de Leonor de Alzate.
 
Como en otras obras suyas, Baroja muestra su afecto por los relatos que circulaban en los pueblos. Es un gusto romántico, reforzado por la lectura de algunos maestros de la literatura fantástica a los que admiró, como Edgar Allan Poe. 'La dama de Urtubi' es de hecho una pequeña gran fantasía desarrollada con la difícil naturalidad que siempre le caracterizó.

Presenciamos en la obra como la jefa del aquelarre pretende casar a Leonor con el señor de Saint-Pée y, para hacerla sucumbir, la lleva engañada a la celebración del de la noche de San Juan. Pero Miguel, ayudado por algunos amigos, entre los que destaca el fiel Errotabide, se presentará allí para rescatarla.

Cuevas de Zugarramurdi, en el Pirineo Navarro, donde Baroja escenifica los aquelarres


El acostumbrado estilo de Baroja, de frases cortas y escasos pasajes descriptivos, se hace aquí mucho más explícito y calmado. De hecho, resulta hermosísimo como nos habla de las tradiciones vascas y nos dibuja los paisajes que los protagonistas van recorriendo.

Parece como si Baroja, al hablarnos de su tierra, se transformase. No encontraremos aquí al hombre desilusionado del mundo y de sus congéneres, sino al admirador incondicional de su tierra y sus gentes, con sus tradiciones sencillas, sus leyendas y su modo de vida natural.

En suma, nos encontramos ante un relato extraordinario, tanto por la belleza de lo que se nos narra como por la forma de hacerlo, que nos proporciona un refrescante mosáico de naturaleza y gentes sencillas y limpias de espíritu.

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