miércoles, 21 de agosto de 2013

LIBROS QUE HE LEIDO: EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS (Leonardo Padura)



EL AUTOR

Leonardo Padura Fuentes (La Habana, 1955) es un novelista y periodista cubano, conocido especialmente por sus novelas policiacas del detective Mario Conde. El Gobierno de España concedió en 2011 la ciudadanía de ese país a Padura, quien sigue viviendo en Cuba.

Nacido en el barrio de Mantilla, hizo sus estudios preuniversitarios en el de La Víbora, de donde es su esposa Lucía; naturalmente, estas zonas de La Habana, muy ligadas espiritualmente a Padura, se verán reflejadas más tarde en sus novelas. Padura estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Habana y comenzó su carrera como periodista en 1980 en la revista literaria El Caimán Barbudo; también escribía para el periódico Juventud Rebelde. Más tarde se dio a conocer como ensayista y escritor de guiones audiovisuales y novelista.



Su primera novela —Fiebre de caballos—, básicamente una historia de amor, la escribió entre 1983 y 1984. Pasó los 6 años siguientes escribiendo largos reportajes sobre hechos culturales e históricos, que, como él mismo relata, le permitían tratar esos temas literariamente.  En aquel tiempo empezó a escribir su primera novela con el detective Mario Conde y, mientras lo hacía, se dio cuenta "que esos años que había trabajado como periodista, habían sido fundamentales" en su "desarrollo como escritor". "Primero, porque me habían dado una experiencia y una vivencia que no tenía, y segundo, porque estilísticamente yo había cambiado absolutamente con respecto a mi primera novela", explica Padura en una entrevista a Havana-Cultura.

Las policiacas de Padura tienen también elementos de crítica a la sociedad cubana. Al respecto, el escritor ha dicho: "Aprendí de Hammett, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible una novela policial que tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias".

Su personaje Conde —desordenado, frecuentemente borracho, descontento y desencantado, "que arrastra una melancolía", según el mismo Padura— es un policía que hubiera querido ser escritor y que siente solidaridad por los escritores, locos y borrachos. Las novelas con este teniente han tenido gran éxito internacional, han sido traducidas a varios idiomas y han obtenido prestigiosos premios. Conde, señala el escritor en la citada entrevista, refleja las "vicisitudes materiales y espirituales" que ha tenido que vivir su generación. "No es que sea mi alter ego, pero sí ha sido la manera que yo he tenido de interpretar y reflejar la realidad cubana", confiesa.

Conde, en realidad, "no podía ni quería ser policía" y en Paisaje de otoño (1998) deja la institución y cuando reaparece en Adiós Hemingway (2001) está ya dedicado a la compraventa de libros viejos.

Tiene también novelas en las que no figura Conde, como El hombre que amaba a los perros (2009), donde las críticas a la sociedad cubana alcanza sus cotas más altas.

Padura ha escrito también guiones cinematográficos, tanto para documentales como para películas de argumento.

Vive en el barrio de Mantilla, el mismo en el que nació. Al preguntarle por qué no puede dejar La Habana, el ambiente de su historia, ha dicho: “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”.

EL LIBRO

Se trata de una novela extraordinaria tanto en el sentido artístico como por ser síntoma de las reflexiones abiertas en la isla sobre el futuro de la revolución cubana. “El hombre que amaba a los perros”, novela del reconocido escritor cubano Leonardo Padura, relata tres historias (en realidad tres novelas en una) que se entrelazan de forma dramática y trágica.

La historia de Iván, un cubano cuyas pretensiones literarias e ideales revolucionarios se ven frustrados por la burocracia, el totalitarismo, la crisis económica que azotó la isla en la década de los 90s- tras la caída del stalinismo-, y una ortodoxia dogmática y sin vida que ahoga toda iniciativa y sume a Iván en el abismo de la depresión y el desencanto.

Trotsky y su esposa Natalia Sedova, con la pintora mexicana Frida Kahlo


Iván conoce en la playa a un misterioso hombre que, a con pretexto del amor por los perros que ambos comparten, le relata la criminal vida de Ramón Mercader del Río –desde su cooptación por el stalinismo, su relación edípica con su madre (Caridad Mercader), su vida gris tras el asesinato de Trotsky y sus días finales en la Cuba postrevolucionaria-, la vida de un hombre que es despersonalizado, fanatizado y convertido en una máquina sin nombre, sin pasado, al servicio del sátrapa Stalin. La novela también relata la lucha de Trotsky en contra del stalinismo desde su destierro en Turquía, su paso por Francia y Noruega su estancia en México y su brutal asesinato.
Las tres historias se enlazan tanto por su trágico final como por el amor por los perros que une a los tres personajes. Con una tención dramática excepcional se relata la exterminación por la brutal por la noria stalinista de los arquitectos de la revolución rusa, los compañeros de Lenin, de la familia de Trotsky, sus colaboradores, millones de seres humanos condenados a la muerte y al destierro siberiano; la traición hecha por el stalinismo de la revolución española, y la brutal despersonificación, fanatismo y enajenación que pervirtió al sueño revolucionario. El autor se propone reflexionar “la perversión de la gran utopía del siglo XX” y su relación con los acontecimientos en Cuba.

IMPRESION PERSONAL

La historia es de por sí compleja, pues abarca los últimos años de la trayectoria política y vital de  Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Trotski, y las circunstancias biográficas de un supuesto sicario de origen belga y llamado Jacques Mornard, aunque luego se sabría que se trataba de un joven barcelonés de nombre Ramón Mercader. Por lo tanto, y con sólo leer la sinopsis argumental, el lector ya sabe que se va a enfrentarse a una gran parte de la historia del siglo XX, contada además desde la perspectiva del comunismo soviético y, más concretamente, de la siniestra figura de Stalin. Las luchas por el control de la gran maquinaria estatal soviética y del movimiento obrero internacional. La pérdida progresiva de la batalla por parte de la opción trotskista y la progresiva insania de un Stalin que va atravesando todas las etapas de la más vil perversión del movimiento revolucionario. Desde la eliminación de los contendientes políticos mediante el destierro (primera etapa de la derrota de Ttrotski) a la eliminación física de dichos contendientes mediante asesinos a sueldo (etapa final de la derrota de Trotski) todo ello acompañado de unos métodos cada vez más sutiles en la aplicación masiva del terror: esta estupendamente descrito en la novela cómo descubre Stalin que la manera de quebrar a la mitad de sus oponentes consiste en forzarles a reconocer públicamente los peores crímenes y conspiraciones, aunque no tardará en descubrir que la forma más inmediata y eficaz de eliminar a la otra mitad de sus oponentes consiste en forzarlos a ser acusadores y verdugos de la primera mitad en trance de ser eliminada.  Y qué decir de la  figura del presidente de una de las repúblicas soviéticas cuya esposa es enviada a un gulag acusada de ser una judía conspiradora...

Ramón Mercader en su juventud y en sus últimos años de vida


            O sea: no es una etapa fácil de contar y encima Leonardo Padura ha elegido una técnica narrativa no menos compleja. De entrada hay un narrador en primera persona al que no hay que confundir con el firmante del libro pues se llama Iván Cárdenas y es un veterinario al cargo de una clínica de ínfima categoría. Este Iván ha escuchado de labios de un exilado español oculto tras un nombre falso el relato de los últimos días de Trotski y las circunstancias de su muerte. Obsesionado por esa historia, y  aunque le aterran las consecuencias de lo que hace, opta por reflejar en un manuscrito las confesiones del exilado en el que no cuesta mucho reconocer  a un Ramón Mercader liberado de la URSS por estar enfermo de un cáncer terminal y al que le ha sido permitido instalarse en Cuba para que pase en paz sus últimos días.

            Sin embargo, este libro titulado El hombre que amaba a los perros no es la transcripción de los últimos días de Trotski  realizada por el tal Iván Cárdenas, pues éste le cede el manuscrito a su amigo Daniel Fonseca Ledesma, que lo lee y luego lo destruye como queriéndose desvincular de una historia siniestra, plagada de traiciones, debilidades y miserias pero que se resiste a morir porque ella (la historia) va pasando de unos a otros en un decidido empeño por sobrevivir y salir a la luz para ser conocida por todos.  Como si ella tuviese voluntad propia y se impusiese a la voluntad de quienes la escuchan y les obligase a contarla, aunque sea lo último que hagan en su vida.

Casa de Trotsky en Coyoacán, Ciudad de Mexico


El planteamiento narrativo permite a Padura ir alternando tres planos temáticos: por un lado, el de la accidentada peregrinación del fugitivo Trotski y sus familiares (donde tal vez hay una presencia excesiva de menudos datos históricos ya conocidos que desplazan la figura del personaje); por otro, el relativo a las maniobras preparatorias del espionaje soviético para culminar con la muerte del disidente las infinitas purgas ordenadas por Stalin; por último, la “novela de Iván Cárdenas”, el relato de la vida de un joven cubano que llega a conocer -sin saberlo- al Mercader anciano y, por su mediación, va descubriendo la perversión de la utopía comunista del genocida Stalin y entendiendo mejor su propia historia en la Cuba castrista, hasta el punto de que el derrumbamiento del techo de su casa que ocasiona la muerte de Iván adquiere caracteres simbólicos. Los tres planos se hallan diferenciados también mediante las voces narrativas: la primera persona para el relato de Iván y la tercera para los otros.

Bastan muy breves apuntes, pues, para sugerir la complejidad de esta novela, no sólo por su minuciosa reconstrucción de las vicisitudes que acompañaron el exilio de Trotski o los tortuosos preparativos de una venganza especial que debía coronar la trágica odisea de las sangrientas purgas stalinianas, sino porque con el personaje de Iván, inicialmente sometido a la educación y las condiciones de vida del castrismo cubano, el autor ha erigido, en medio de las historias que se mezclan y entrecruzan, una conciencia moral que va creciendo y desarrollándose, con una serie de reflexiones sobre la libertad, o bien acerca del racismo, la opresión y el genocidio en que han desembocado algunos de los grandes mitos del XX. El equilibrio entre estos motivos, la amplitud del desarrollo, la finura con que están trazados los perfiles psicológicos incluso de personajes secundarios, proporciona a la novela de Padura una densidad y una riqueza que pocas veces nos es dado hallar en una obra narrativa. Cualquiera de los núcleos temáticos podría ser objeto de una novela de desarrollo independiente, pero sobre todo la historia de Iván, que se desenvuelve con una pausada y exacta dosificación y proporciona al conjunto sus elementos de mayor hondura, constituye una muestra admirable de relato.

La reflexión que plantea Padura no puede ser más oportuna. Si bien ésta obra debe ser juzgada con base en sus meritos artísticos propios, el objetivo que se propone el autor con su obra es en sí mismo un objetivo político, ello nos autoriza a hacer algunas reflexiones sobre dicho contenido. El autor ve con cierta simpatía a León Trotsky pero se trata de la misma simpatía de aquel que ve a un heroico Don Quijote al enfrentarse inútilmente contra colosales molinos de viento, molinos que se alimentan con sangre, con cuerpos humanos y sueños rotos. Para Padura la lucha de Trotsky era estéril porque la revolución ya estaba muerta como muerta está la revolución cubana (Iván es en realidad una proyección de la desmoralización política del propio autor).
El autor ve con condescendencia escéptica lo que quizá sea la principal lección que el pensamiento de Trotsky tiene para la revolución cubana: la revolución burocratizada debe ser rescatada mediante la democracia obrera, la extensión internacional de la revolución y la preservación de la economía planificada. En contraste con ello Padura hace decir a Trotsky novelesco lo contrario de lo que en realidad defendió, convirtiendo a ratos a Trotsky en un muñeco de ventrílocuo de las opiniones políticas del autor; así por ejemplo Padura hace pensar a Trotsky: “Habría que admitir (…) que la URSS no había sido más que la precursora de un nuevo sistema de explotación y que su estructura política tenía que engendrar, inevitablemente, una nueva dictadura, si acaso adornada con otra retórica”. Para Padura la revolución cubana es un cadáver que ya no puede ser regenerado ni defendido.

Hotel Moksva en Moscú, durante décadas casi el único donde podían alojarse visitantes extranjeros

Debemos insistir, no obstante las posiciones políticas del autor, que ésta obra debe ser juzgada por sus enormes méritos literarios y como tal es enteramente recomendable. Como evento sintomático la obra es importante también porque muestra el debate y la acalorada polémica en torno al futuro de la revolución cubana que se ha abierto en la isla, el interés creciente por las ideas de Trotsky (interés en el cual la Corriente Marxista Internacional ha tratado de llenar por medio de la difusión pionera de la obra de Trotsky) de aquellos que intentan salvar y profundizar la heroica revolución cubana. Creemos que “El hombre que amaba a los perros” responde a éste creciente debate y que, además de ser una obra artística que merece la atención del lector, puede generar interés por leer de manera directa la obra de éste gran revolucionario cuyas lecciones (la democracia obrera, el internacionalismo proletario, entre muchas otras ideas) son más necesarias que nuca para salvara a la revolución cubana y encaminarla por los senderos del auténtico marxismo.

Como añadido final, reseñar que, en el apartado de agradecimientos del autor, he quedado muy gratamente sorprendido al encontrar el nombre de mi amigo Barbarito, el lector cubano, el cual, en su modestia congénita, jamás me ha mencionado tal circunstancia.

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