domingo, 25 de febrero de 2018

AVIRANETA, O LA VIDA DE UN CONSPIRADOR




EL AUTOR

Escritor español, Pío Baroja fue uno de los grandes exponentes de la llamada Generación del 98, conocido por su producción novelística, entre la que destacan títulos como Memorias de un hombre de acción (1935) y Zalacaín el aventurero(1908), que fue llevada al cine en dos ocasiones.

Nacido en San Sebastián, Baroja estudió medicina en Madrid y, tras un corto periodo como médico rural, volvió a la capital iniciando sus colaboraciones periodísticas en diarios y revistas como Germinal, Revista Nueva o Arte Joven, entre otras.

La postura política de Baroja fue evolucionando de una izquierda militante a un escepticismo que no le libró de problemas con la censura franquista al reflejar la Guerra Civil en Miserias de la guerra A la desbandada, esta última todavía sin publicar.




La obra de Baroja combina tanto novela como ensayo y memorias. Memorias de un hombre de acción apareció en forma de 22 volúmenes a razón de uno por año entre 1913 1935. Además, Baroja agrupó su obra en varias trilogías, como Tierra vasca La juventud perdida.

Baroja fue un novelista influyente y entre sus admiradores se cuentan autores nacionales, como Camilo José Cela, e internacionales, como lo fueron Ernest Hemingway John Dos Passos

Debido a su postura política y opciones personales, como su reconocido ateísmo, Baroja no disfrutó de demasiados reconocimientos en vida, aunque fue miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1935.


EL LIBRO

  • Nº de páginas: 368 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: EDITOR CARO RAGGIO
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788470350856



Pío Baroja recoge en este ensayo las memorias de Eugenio de Aviraneta, un político liberal del siglo XIX que participó en la Guerra de Independencia de joven. Conspirador y progresista, dio con sus huesos en la cárcel en más de una ocasión, y tras el fracaso del Trienio Liberal por los ardides de Fernando VII (con su llamada a la intervención de los Cien mil hijos de San Luis), tuvo que exiliarse del país. Uno de sus destinos fue México, donde ayudó a rechazar las pretensiones de la monarquía española de hacerse de nuevo con este territorio.

IMPRESIONES

Memorias de un hombre de acción fue la obra que le ocupó a Baroja más espacio y más tiempo, de 1912 a 1934, sus años de plenitud. Había encontrado una respuesta a la pregunta que se plantea Andrés Hurtado al final de la segunda parte de El árbol de la ciencia («Qué hacer? ¿Qué dirección dar a la vida?»): pasarla en una imaginaria tertulia infinita, charlar, contar historias incesantemente. La primera frase de toda la serie remite ya a una conversación: «Varias veces mi tía Úrsula me habló de un pariente nuestro, intrigante y conspirador, enredador y libelista». No habla Baroja, sino uno de sus personajes, Shanti Andía, a quien Jon Juaristi, prologuista de Memorias de un hombre de acción en la edición dirigida por Mainer, llama «amanuense de memorias ajenas»: ya había transcrito las de su tío Juan de Aguirre en el séptimo libro de Las inquietudes de Shanti Andía (1911). Ahora se las ve con los papeles que deja al morir un supuesto sobrino del guerrillero Fermín Leguía y discípulo del conspirador Aviraneta, Pedro de Leguía y Gazteluzmendi, prócer de la patria, de Vera de Bidasoa, retirado en Lúzaro, el pueblo inventado de Shanti Andía. «Entre esos papeles están las memorias de nuestro pariente Eugenio de Aviraneta», dice la tía Úrsula. «Publica las memorias como si las hubieras encontrado o como si las hubieras escrito tú», le aconseja al sobrino. ¿Se va a quejar el muerto? Y el sobrino advierte al lector: «Ahora ya casi no sé lo que dictó Aviraneta, lo que escribió Leguía y lo que he añadido yo».

Eugenio de Aviraneta

Así empieza El aprendiz de conspirador, primera novela de Memorias de un hombre de acción, y desde la primera línea la serie entera se ofrece como un inacabable cruce de voces. Si la gran serie narrativa de Baroja pertenece al género de la novela histórica, se trataría de una novela histórica muy especial, desvencijada, por decirlo así, en el sentido en que se desbarata un baúl lleno de papeles al estrellarse contra el suelo. La cronología general está muy revuelta. En El aprendiz de conspirador, Leguía tiene veinte años y acaba de llegar a Laguardia, «en la línea de combate de las fuerzas liberales y carlistas», en 1837, pero pronto, al hilo de una confesión personal de Aviraneta, nos hallamos en el tránsito del siglo XVIII al XIX. Al principio de la siguiente novela, El escuadrón del brigante, estamos en 1839, en Bayona, entre el pasado de Aviraneta y el pasado de Leguía. Y todo será ya una superposición de acontecimientos terribles, conjuras, guerras y revoluciones, ejecuciones, cárceles, fugas, duelos, bailes, manos cortadas y matanzas, para que tanto tumulto quede en nada, anulado, tragado por la historia, disuelto en el tiempo. La historia es menos épica que carnavalesca. Lo monstruoso acaba siendo tan insignificante como lo anodino, y el inmenso mundo se reduce a un globo terráqueo en un despacho, en un gabinete, en la habitación de una fonda, en una taberna. España, Francia, Suiza, Alemania, México o Grecia: todo cabe en una conversación.

Con el abrazo de Vergara concluyó la Primera Guerra Carlista, en cuyo desenlace participó activamente Aviraneta


Las Memorias transcurren en las primeras décadas del siglo XIX y se publicaron entre 1913 y 1935. Baroja sacó del desván de la historia a un misterioso pariente suyo llamado Eugenio Aviraneta, oscuro aventurero e intrigante, y lo utilizó como protagonista de la saga. Esta transcurre durante las primeras décadas del siglo XIX, entre las sangrientas batallas en las que participaron liberales, jacobinos, absolutistas, republicanos, clericales, reaccionarios, radicales y moderados, todas las tendencias que atravesaron la lucha contra Napoleón, las guerras carlistas, los períodos constitucionales y los despóticos que desembocarían en la guerra civil de 1936. Baroja escribió las primeras novelas antes de la Primera Guerra y de la Revolución Rusa, pero cien años después y a doscientos años de los sucesos que narra, la imagen que construye de la sociedad española y de sus muy crueles enfrentamientos resulta visionaria, aunque el escritor no lo pretendiera en lo más mínimo. 



Como señaló Juan Benet, al contrario de quienes entran en la historia desde el presente para imponer una ideología o extraer lecciones (Galdós, cuyos Episodios nacionales cubren el mismo período, sería un buen ejemplo), Baroja termina instalando el pasado en una región fuera del alcance de esas manipulaciones pero también de las maniobras deterministas de los historiadores. Lo que intenta es hacer vivir y conversar a la geografía y a sus habitantes. Los lugares y los personajes con los que se encuentra Aviraneta son muchísimos, y Baroja construye con ellos una ficción en la que le importa poco cómo termina cada uno de los infinitos relatos que se entrecruzan, pero sí que sean variados, ligeros, interesantes y coherentes con el conjunto. 

Baroja no creía que la literatura fuera a mejorar después de los grandes escritores del siglo XIX como Stendhal, Dickens o Dostoievski, pero sí que todavía se podían escribir ficciones imaginativas, que fluyeran desde la personalidad del autor y no intentaran ser perfectas. “La habilidad es de lo que más cansa en la literatura y en el arte. Es tan bruto –decía un amigo mío de un cantor– que no sabía desafinar”, escribió Baroja, un escritor tildado de pertenecer al siglo XIX, pero que ha llegado al XXI en mejor estado que muchos de los que no le hicieron caso y contribuyeron con sus destrezas deportivas a que la literatura se estudie como el Corán, se estratifique como el ejército y se venda como remedio. Uno de los relatos de las Memorias se llama El viaje sin objeto y el título revela el devenir de los personajes barojianos así como su idea de la literatura y de esa vida “que huye como una sombra”. Escéptico, desconfiado del futuro como pocos, indiferente ante la fama (“que tiene siempre algo de fatal y de injusta”), la obra de Baroja le propone al lector una amistad desinteresada como la que se establece muchas veces entre quienes se cruzan en sus páginas.


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