EL AUTOR
Eric D. Weitz es catedrático de Historia en la universidad de Minnesota (Estados Unidos), y autor de diversos estudios sobre la Segunda Guerra Mundial y la historia contemporánea de Europa. Weitz, considerado uno de los principales historiadores norteamericanos sobre Alemania, ha escrito este libro, que se ha convertido instantáneamente en el título de referencia en su campo, manejando una extensa documentación y buscando de primera mano las huellas de Weimar en la Alemania de hoy.
Las imágenes y fotografías que lo ilustran dan fe de la capacidad de Weitz para convertir la historia en una narración visual, y su atención a los detalles de la vida privada como reflejo de la sociedad en la que se desarrolla.
EL LIBRO
En 1917, Alemania era un país derrotado, que afrontaba las duras compensaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles, la crisis económica mundial y la propia depresión de sus ciudadanos.
Weitz relata, en forma de paseo por el Berlín de entreguerras, estos altibajos políticos y económicos en un ambiente de efervescencia cultural: arquitectos como Gropius, escritores como Brecht o filósofos como Heidegger crearon durante esta época sus trabajos más importantes, rodeados de una vanguardia que propugnaba la utopía o la refundación completa de la sociedad.
Esta vívida evocación de Weimar, más pertinente que nunca en la coyuntura económica y política actual, narra al fin cómo una sociedad culta e informada, pero humillada y confundida, pudo dejarse atrapar por el populismo nazi y poner su destino en manos de Hitler.
IMPRESIONES
Tras el armisticio en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) Alemania se sumergió en una vorágine de dimensiones que no tuvieron parangón en el mundo occidental durante la etapa de irrupción de las masas en la vida pública. Desde el ángulo del pleno impacto de la modernidad y a través de la perspectiva de las distintas respuestas que se articularon ante este formidable fenómeno histórico, la obra del historiador Eric D. Weitz constituye una brillante introducción a ese memorable espacio de tiempo que ocupó en la escena alemana la República de Weimar (1919-1933), definida y descrita con agudeza y habilidad a través de las vertientes más significativas y de mayor calado.
Pero el punto de partida estuvo en la Gran Guerra, éste es el pivote sobre el que bascula la historia de Europa en el primer tercio del XX, incluso en los países ajenos al conflicto, como el caso de España (gran beneficiada económica de la contienda, lo que profundizó tanto en la modernización del país como en las contradicciones de su sistema político), por no hablar de las consecuencias tectónicas de la Revolución rusa o de la instalación del fascismo en Italia. Por tanto, la etapa de Weimar, aunque el autor sólo incida marginalmente en ello, hay que inscribirla dentro de un fenómeno global, por lo menos a escala europea. Ahora bien, ahí insiste con acierto Weitz, Weimar, en sus aspecto más variados, representa el cénit en el avance de las sociedades de masas, desde la forma de desarrollar la política (movilización extrema) a las artes de vanguardia (consumación de la ruptura radical), desde las nuevas tecnologías de aplicación multitudinaria (cine, radio, fotografía, revistas ilustradas, discos) hasta los proyectos de reforma social, en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial. A riesgo de incurrir en anacronismo, se podría predicar que la cultura de Weimar, en lo que se refiere en la ruptura de los comportamientos sociales e individuales, al experimentalismo, léase la emancipación de la mujer y la libertad sexual, y a la renovación en el campo de las artes a través de las tecnologías, supone un antecedente de la contracultura de los años 60.
La Alexanderplatz en los años 20
Obviamente, el caudal de energía cuyo potencial se expandió durante la República no tenía otro origen que la etapa anterior, la guillermina, un periodo expansivo y de gran mérito en tantos y tan variados aspectos. Las claves que abrieron las compuertas radicaron en el impacto de la derrota en la guerra y la subsiguiente revolución de 1918-1919, que se llevaron por delante buena parte de los valores sociales, los convencionalismos burgueses y los límites a la imaginación e innovación en todos los campos, creando parejamente notables tensiones y conflictos en todos los órdenes a causa de las inercias y resistencias de aquellos sectores de la sociedad conservadores y nacionalistas.
Eric D. Weitz repasa los grandes capítulos que para él enmarcan los ejes distintivos del marco sociopolítico y la cultura de Weimar. El primero es la vida pública, quizá el punto flaco de este estupendo libro, no por la descripción del clima político, el frenesí de las movilizaciones y la agitación, brillantemente expuestos, sino por las interpretaciones, donde, además de mostrar un sesgo determinista, no aporta novedades de relieve. Otra carencia significativa es la omisión del auge alemán en el campo científico, no en vano los investigadores judíos germanos, poco después expulsados por el nazismo, tuvieron un papel determinante en la posterior hegemonía norteamericana en el campo científico, tecnológico, y, por consiguiente, armamentístico.
En conjunto, en la vertiente económica, Weimar no pudo contar con peores circunstancias. Fue el factor decisivo en la pendiente inclinada que recorre el período. La vida económica se erigió en una descomunal montaña rusa salpicada por una fase inicial de inflación que, con la pesada carga de las compensaciones de guerra, culmina en el clímax de la hiperinflación de 1922-23, lo que enajena a las clases medias del régimen, pasa a continuación por un periodo de estabilización, que provoca la pérdida del apoyo de parte de la masa obrera debido a los recortes sociales y salariales, y el auge consumista de 1927-28, que se derrumba en el invierno de 1929, cuando la nación se despeña en la Gran Depresión.
En conjunto, en la vertiente económica, Weimar no pudo contar con peores circunstancias. Fue el factor decisivo en la pendiente inclinada que recorre el período. La vida económica se erigió en una descomunal montaña rusa salpicada por una fase inicial de inflación que, con la pesada carga de las compensaciones de guerra, culmina en el clímax de la hiperinflación de 1922-23, lo que enajena a las clases medias del régimen, pasa a continuación por un periodo de estabilización, que provoca la pérdida del apoyo de parte de la masa obrera debido a los recortes sociales y salariales, y el auge consumista de 1927-28, que se derrumba en el invierno de 1929, cuando la nación se despeña en la Gran Depresión.
Eldorado, el más famoso cabaret gay de Berlin en los años 20
El libro alcanza su esplendor en la parte dedicada a la descripción de la vida urbana, mediante un potente retrato de corte visual del Berlín de los años veinte, en el que, entre otros artistas, se echa mano de escritores de la talla de Joseph Roth, y de las artes y sus principales representantes. Destaca en particular las páginas dedicadas a los principales arquitecto y urbanistas racionalistas y funcionalistas de la época, Erich Mendelsohn, Bruno Taut y Walter Gropius y su Bauhaus, que pugnan por crear una sociedad más humana a través del tipo de alojamiento que idean (saludable, soleado, limpio), los diseños urbanos respetuosos con el entorno y la sensibilidad hacia las clases no privilegiadas con proyectos de viviendas sociales que buscan sustituir los lúgubres e insanos alojamientos proletarios de los barrios berlineses.
En íntima relación con este aspecto de la modernidad se encuentra el capítulo titulado “Imagen y sonido”, es decir, la propagación e incidencia de las tecnologías de masas, con los cambios de hábitos y percepciones de los ciudadanos, como consumidores, espectadores y, a veces, protagonistas, lo que incluye la visión del mundo que les proporcionan los medios de comunicación (cine, revistas ilustradas, discos, retransmisiones de radio...). Nada menos, como indica el autor, que la mayor transformación en este campo desde la época de Gutenberg, a fines del siglo XV.
Una de las entradas a la colonia Siemenstadt, obra del arquitecto Gropius
De esa nueva realidad apabullante, abigarrada, volcánica, fragmentada, vertiginosa, surge la perplejidad y los análisis y escritos de intelectuales y novelistas de la talla de Thomas Mann, Heidegger, Kracauer, Zweig, Roth... Mientras, en paralelo, corren, también intentando atrapar el sentido aquel tiempo, recreándolo, captándolo o exprimiéndolo, los ejercicios artísticos y obras, dotadas generalmente de un componente marcadamente visual, de numerosos artistas encabezados por Bertolt Brecht, Kurt Weill, Hannah Höch, Moholy-Nagy y muchos otros.
Por último, y no menos sobresaliente, llega el apartado más polémico de la época, el que suscitó la mayor controversia, hostilidad y más profundamente dividió a la sociedad alemana, el de la mujer moderna, es decir, la fémina liberada, sin la atadura de la exigencia procreadora y la función de guardia de la moral familiar y social, estrechamente vinculado con el movimiento de libertad sexual, todo ello considerado un fenómeno disolvente que atentaba contra los pilares de la familia y la nación por las confesiones religiosas, luteranos y católicos, y los sectores conservadores.
En definitiva, pese a algunas lagunas y deficiencias en el tratamiento de determinados aspectos del ámbito político, ampliamente compensadas por la agudeza y ambición del proyecto acometido por Weitz, la obra constituye una notabilísima introducción a la etapa cubierta por la República de Weimar, de 1919 a 1933, periodo tan exhuberante y prodigioso que merece toda la atención, ya sea desde el punto de vista del interés estrictamente histórico o por los sugerentes paralelismos que pueden establecerse con la actual etapa de crisis y el referido parangón de rupturas sucesivas originadas desde la década de los sesenta del pasado siglo.
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