EL AUTOR
FELIPE ROMERO OLMEDO. Abogado y escritor (1930-1998)
Prestigioso abogado laboralista y narrador histórico. Nació en Granada en 1930. Casado con la pintora Maripi Morales, y padre de cinco hijos, era un hombre muy apreciado en el ámbito sindical granadino, al que defendió en numerosas ocasiones en la época franquista y en los años de la transición desde su puesto como funcionario del Centro de Mediación, Arbitraje y Conciliación.
En 1995 escribió El segundo hijo del mercader de sedas, novela cargada de lirismo y efectividad narrativa, ambientada en la decadencia de Granada, y considerada la mejor obra del género escrita desde Granada. Póstumamente apareció El mar de bronce, segunda parte de una trilogía que ya no podrá ser. Murió en agosto de 1998. Sus mucho amigos le rindieron un homenaje el 24 de noviembre del mismo año.
EL LIBRO
"El Segundo Hijo del Mercader de Sedas" es una crónica apasionante, cargada de poesía, drama, amor, violencia y misticismo, en torno a los años en que comienza a formarse el reino cristiano de Granada, que en poco más de noventa años pasó de ser el último bastión islámico en Europa a ser la punta de lanza del proyecto integrador de España liderado por los Reyes Católicos.
Su protagonista, Alonso de Granada Lomellino, interioriza la tragedia de los cambios sociales de la ciudad, viviendo con intenso fervor ese declive, las maniobras de algunos moriscos iluminados, liderados por el inteligente Alonso del Castillo, -apasionante personaje éste-, en torno a los célebres "Libros Plúmbeos" del Sacromonte, la subsiguiente represión que propició el tribunal de la Inquisición y el cambio irreparable de la que fuese la más próspera taifa de Al-Andalus para integrarse en la Europa moderna del siglo XVI, acabando por refugiarse en el misticismo humanista de la poesía de San Juan de la Cruz.
A diferencia de otras novelas que han tratado la historia de Granada desde una perspectiva exotista llamativa, "El segundo hijo del mercader de sedas", -aparte de su exquisita validez como texto literario-, goza de una ventaja incuestionable: su radical autenticidad, la perfecta y a menudo deslumbrante ósmosis tendida a lo largo de los siglos entre el autor y una realidad magníficamente descrita y magistralmente interpretada.
IMPRESION PERSONAL
Es un libro delicioso, sobre todo si a uno le gusta la historia y conoce la ciudad de Granada y sus alrededores. A pesar de que he encontrado algunos defectos gramaticales menores (parece que faltó la mano de un buen corrector) y cierto abuso de la adjetivación, es asombrosa la capacidad de Felipe Romero para ambientar la acción en una ciudad que hace cuatrocientos años estaba infestada de clérigos, mercaderes y moriscos, con una aportación abrumadora de datos sobre oficios, costumbres, plantas, ropajes o comidas de la época. La trama consigue mantener la tensión hasta el final, aunque durante algunas páginas (pocas) resulta algo tediosa la descripción de la vida clerical. Esta novela nos permite el lujo de sumergirnos en una época fascinante y bastante desconocida de la historia de España.
Cada ciudad debería tener una novela característica. Madrid tendría “La colmena” y en Barcelona transcurre la grandiosa “La plaza del diamante”,pero ¿y Granada?
Sin duda hay grandes novelas ambientadas en la ciudad de Granada (tanto actual como antigua). Podríamos nombrar: Los amantes de Granada, El perfume de Bergamota y A la sombra del granado (que reseñamos hace poquito tiempo) Pero si hiciéramos una votación entre nuestros lectores, no sería sorprendente que la ganadora de nuestro sufragio (o como mínimo quedaría entre los primeros puestos) fuera “El segundo hijo del mercader de sedas”.
Sin duda hay grandes novelas ambientadas en la ciudad de Granada (tanto actual como antigua). Podríamos nombrar: Los amantes de Granada, El perfume de Bergamota y A la sombra del granado (que reseñamos hace poquito tiempo) Pero si hiciéramos una votación entre nuestros lectores, no sería sorprendente que la ganadora de nuestro sufragio (o como mínimo quedaría entre los primeros puestos) fuera “El segundo hijo del mercader de sedas”.
Alonso de Granada Lomellino, nuestro protagonista, se verá obligado por su rica familia a vestir los hábitos para así evitar la pérdida de lustre del apellido familiar. Pero la plácida y contemplativa vida que al joven Alonso se verá radicalmente alterada cuando conozca a su maestro, Alonso del Castillo, un morisco que en secreto compone los legendarios libros plúmbeos del Sacromonte. La cruel represión a la que se someterá a los descendientes del reino nazarí, el despertar al amor de nuestro joven protagonista, la hipocresía de una sociedad decadente y las bellas descripciones de Granada (y los pueblos de su vega) nos acompañarán durante la lectura de esta exquisita novela.
Calle Lepanto, en Granada, donde se nos ubica la casa familiar de los Lomellino
A través de sus páginas podemos volver a un tiempo que fue clave para la historia de nuestro país y de nuestra cultura: me refiero aquellas décadas de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, dorados siglos entre los cuales tiene lugar la vida de un personaje apasionante: la del monje carmelita Fray Alonso del Amor de Dios. Nos desvela éste, al desgranar los episodios de su propia biografía, la encrucijada de una España inflamada por la fe, que acabará negándose a sí misma al expulsar a los últimos musulmanes de todas sus tierras. Tiempo mágico y difícil también, en el que van extinguiéndose los optimismos renacentistas y abriéndose paso los sentimientos de pesimismo, en un Imperio que inicia su declive y al que sólo va quedándole la excusa de defender la ortodoxia del catolicismo, para encubrir sus muchas otras carencias.
Granada, la cuna de su nacimiento, comparte protagonismo con el carmelita Alonso Lomellino, segundo hijo del mercader Esteban Lomellino, quien se asentó en la misma, procedente de Venecia, en el verano de 1576. En ella no sólo consiguió una enorme fortuna, sino que casaría al poco tiempo de su llegada nada menos que con María de Granada, descendiente de la princesa Cetimeriem y del moro Yahya al Nayyar, cuando acababa de cumplir los catorce años y el caballero italiano sobrepasaba en dos los cuarenta.
La novela, por consiguiente, se supone transcripción de las memorias del monje que, hacia el final de sus días y desde el retiro de su celda en el convento de los Mártires, hace repaso de su vida, mientras aguarda ya “esa muerte tan esperada” que coronará una existencia azarosa coincidente en tantos hechos con la circunstancia de aquellos hombres que fueron sus contemporáneos. De tal manera el escritor recurre a la técnica del manuscrito encontrado y se supone que los viejos papeles que componen la historia son el pago con que una anciana mujer corresponde al autor por unos trabajos “que como abogado le había realizado. Esta mujer era biznieta de un albañil que en 1892 encontró los manuscritos entre los muros del Convento de los Mártires, de los carmelitas descalzos, al derruirlo”. De este truco literario se nos da la noticia en la nota de la contraportada.
Lo que no esconde artificio y comprueba el lector desde las primeras páginas es la capacidad narrativa de Felipe Romero, que nos presenta los sucesos que nutren su novela con un estilo sobrio, fluido, y con una sencillez y naturalidad tales que una vez comenzada es imposible de abandonar. No apuesta el autor por las graves fórmulas expresivas, por los juegos lingüísticos rebuscados, por el lujo verbal… Ni siquiera tiende a la imitación arcaizante que pudiera imprimir un mayor verismo a su relato: es el suyo un estilo próximo a la confidencia cálida y a aquella norma de noble llaneza que reclamaba el propio Fray Luis como ideal para sus escritos. Detrás de este mecanismo expresivo se esconde, eso sí, una profunda documentación y un conocimiento pormenorizado de la época, de las costumbres, de los oficios y ritos de la cotidianeidad, en suma, que conforman aquel tiempo de crisis en el que se desenvuelve la vida del protagonista.
Calle de Maria la Miel, en el Albaicín (Granada), donde el autor ubica la casa del morisco Alonso del Castillo
Cuando creemos que un libro no puede sorprendernos porque, aparentemente, ya hemos leído mucho sobre esa temática, nos encontramos con una obra como ésta. Este libro es diferente a cualquier clase de novela histórica que se nos pueda venir a la mente. Aparte de la fuerza de la trama que es incuestionable, sobresale el lenguaje tan significativo que nos presenta. A diferencia de la mayoría de libros actuales está escrita en primera persona y creo que ese el mayor acierto que Felipe Romero, su autor, tuvo al contarnos su historia. Este escritor granadino logra una situación que no se logra dar en todas las obras que se publican y es la capacidad de hacernos creíble al protagonista. Para lograr esa función, como ya se ha dicho, la principal arma que aplica su autor es el lenguaje.
El lenguaje es bello, con un ritmo y una exquisitez muy difíciles de conseguir, las palabras están cuidadosamente elegidas y son el resultado de un hombre que ha dedicado mucho tiempo a la creación de esta “aparente autobiografía”. Ahí es donde Felipe Romero nos muestra su mejor versión como escritor. Poniendo el relato en manos de un protagonista ya en la recta final de su vida nos retrotrae una vida llena de melancolía y de decisiones frustradas. Todas las expresiones que nuestro anciano héroe nos ofrece son el resultado de la gran y cuidadosa labor literaria que llevó a cabo Romero.
Otro aspecto clave, que dará más cohesión a la historia, son las bellas descripciones de Granada y alrededores. Los hechos y acontecimientos que se narran se nos presentan con la suficiente rigurosidad para que la historia nos atrape y nos deje soñar con otra época mientras aspiramos el olor del azahar en los patios de esa Granada mágica.
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