martes, 9 de octubre de 2012

LIBROS QUE HE LEIDO: CARMILLA (Joseph Sheridan Le Fanu)




EL AUTOR



Joseph Thomas Sheridan Le Fanu nació en Dublín en 1814 en el seno de una familia irlandesa de extracción hugonota, emparentada políticamente a la del dramaturgo Richard Brinsley Sheridan.
            Fue educado por su padre, que era clérigo, por tutores privados y, finalmente, en el Trinity College de Dublín. Se colegió de abogado en 1839, pero nunca llegó a ejercer y pronto abandonaría el derecho por el periodismo. Escribió baladas, cuentos y poemas para la Dublin University Magazine, revista de la que llegaría a ser editor y propietario en 1861, convirtiendo lo que no era más que una publicación estudiantil en una importante cabecera a nivel europeo.

            Tras la muerte de su mujer en 1858, se retiró de la vida social, llegando a ser conocido como el "Príncipe Invisible". Se convirtió en poco menos que un recluso, dedicándose por completo a su obra literaria.
            Así, poco a poco, fue aumentado su pesimismo sobre la vida en general y sobre el rumbo que estaba tomando la política en Irlanda en particular. Parece como si se hubiera centrado en los aspectos negativos de su propia vida para escribir algunos de los mejores cuentos fantásticos y de terror de su tiempo.
            Aunque fue autor de best-sellers durante más de veinte años, la reputación de Le Fanu cayó en casi un siglo de oscuridad, pese a tener como seguidores a escritores como Henry James y Dorothy Sayers. Una razón importante que explique este olvido por parte de la elite literaria es el tema de sus obras, puesto que durante muchas décadas la gran mayoría de críticos literarios despreciaron la ficción fantástica y de terror.

            Murió el 7 de febrero de 1873. Thomas Sheridan Le Fanu nació en Dublín en 1814 en el seno de una familia irlandesa de extracción hugonota, emparentada políticamente a la del dramaturgo Richard Brinsley Sheridan.

            Fue educado por su padre, que era clérigo, por tutores privados y, finalmente, en el Trinity College de Dublín. Se colegió de abogado en 1839, pero nunca llegó a ejercer y pronto abandonaría el derecho por el periodismo. Escribió baladas, cuentos y poemas para la Dublin University Magazine, revista de la que llegaría a ser editor y propietario en 1861, convirtiendo lo que no era más que una publicación estudiantil en una importante cabecera a nivel europeo.
            Tras la muerte de su mujer en 1858, se retiró de la vida social, llegando a ser conocido como el "Príncipe Invisible". Se convirtió en poco menos que un recluso, dedicándose por completo a su obra literaria.
            Así, poco a poco, fue aumentado su pesimismo sobre la vida en general y sobre el rumbo que estaba tomando la política en Irlanda en particular. Parece como si se hubiera centrado en los aspectos negativos de su propia vida para escribir algunos de los mejores cuentos fantásticos y de terror de su tiempo.
            Aunque fue autor de best-sellers durante más de veinte años, la reputación de Le Fanu cayó en casi un siglo de oscuridad, pese a tener como seguidores a escritores como Henry James y Dorothy Sayers. Una razón importante que explique este olvido por parte de la elite literaria es el tema de sus obras, puesto que durante muchas décadas la gran mayoría de críticos literarios despreciaron la ficción fantástica y de terror.
            Murió el 7 de febrero de 1873.


EL LIBRO

La historia tiene lugar en Styria donde Laura, la joven narradora, vive en un vetusto castillo con su anciano padre y unos pocos sirvientes. Carmilla aparece por primera vez en escena cuando Laura cuenta con tan sólo seis años. Tras dormirse en los brazos de Carmilla, se despierta sobresaltada al sentir dos agujas clavándosele en el pecho. Su niñera y el ama de llaves, que entraron en la habitación al escuchar sus gritos, no encontraron a nadie ni marca alguna en su pecho. Carmilla reaparecerá trece años después, cuando el carruaje en el que viaja junto con su elegante madre tiene o simula tener un accidente cerca del castillo de Laura, y Carmilla debe quedarse para recuperarse. El resto de la historia se desarrolla con el suspense de una novela policíaca y la pasión y melancolía de un inusual relato de amor entre la protagonista y la mujer vampiro, hasta culminar en un final que ha marcado toda la posterior literatura de vampiros.
 
 
 
IMPRESION PERSONAL
 
El irlandés Joseph Sheridan le Fanu no aparecerá en los manuales de literatura, y su obra, a excepción, quizás, de El tío Silas, no gozará del favor del público ni de la crítica. Y, sin embargo, ha escrito una de las mejores obras sobre el mito de terror por excelencia de este fin de siglo: el vampiro. Incluso se adelantó en más de veinte años a la modélica plasmación de la leyenda que consagró a Bram Stoker como literato (nos referimos, claro es, a Drácula, paradigma del no muerto). Precisamente Drácula, y no por casualidad, debe mucho a este sobrio y desconocido precedente que es Carmilla, cuyas páginas viven impregnadas del malditismo y la decadencia que hemos acabado asociando a la figura del vampiro.

En poco más de ochenta páginas narra Carmilla la venenosa seducción que esta criatura ejerce sobre una joven noble que vive recogida en un castillo de la provincia de Estiria con su padre. Que sea la propia víctima quien describa en primera persona la fascinación y la repulsa de estos hechos no añade nada a la tradición gótica en la que está inscrita, pero pocas veces un recurso se ha adecuado tanto a las exigencias de la narración hasta el punto de que sin él el libro se vería muy disminuido. Todos sabemos los efectos del vampirismo, nos los han descrito cientos de veces; últimamente, incluso, nos revelan las sensaciones del vampiro, en una vuelta de tuerca para extraer más agua del fructífero manantial. En Carmilla, esta inocencia de novela primitiva se subsana por el punto de vista. No importa que todos sepamos quién es el vampiro y los previsibles padecimientos que sufrirá su víctima, porque el ir descubriéndolos a la nueva luz de una experiencia casi personal nos emociona y admira como la primera vez. El personaje de Carmilla posee ciertos rasgos aristocráticos que definitivamente popularizaría el conde transilvano: educación, rancio abolengo, magnetismo personal,... Es sintomático que el vampiro sea recibido con los brazos abiertos en las casas que lo habrán de padecer y que, por lo mismo, contraen la obligación moral de destruirlo.

Carmilla, como todo vampiro anterior a su conversión en arquetipo cinematográfico, observa unas condiciones insospechadas para el gran público, que proceden en su mayoría del auténtico folclore centroeuropeo. Así, esta criatura no es enemiga del sol ni sufre por él perjuicio alguno, sino que prefiere alimentarse al amparo de la noche para enmascarar su naturaleza, o sea, por una simple cuestión de conveniencia y camuflaje. No le repugna el ajo ni los más variados manjares, si bien se advierte que no constituyen su dieta principal.

Aunque la metamorfosis es moneda aceptada en las leyendas sobre vampiros no hay aquí transformaciones en animales, corrientes en otras aproximaciones; solo se menciona una condición de espectro que es capaz de adoptar para no estar sujeta a las leyes físicas naturales. Sin embargo, al igual que Drácula, está vinculada a la tierra de su sepulcro, donde debe reposar y que, a la postre, es siempre su vulnerabilidad más aprovechable para su exterminio.

Más semejanzas con la novela de Stoker: hay una primera víctima femenina del vampiro, que anticipa en cierto modo lo que sucedería con el nuevo personaje de no intervenir el sabio esotérico. Aquí es mademoiselle Rheinfeldt, la sobrina del general Spielsdorf; en Drácula era Lucy Westenra, amiga de Mina Harker. Ambas son de buena posición social y en ambas la aparición del vampirismo es diagnosticada como una rara enfermedad. Sólo cuando la víctima se ha perdido irremediablemente, se descubre la verdadera naturaleza de su mal lo que no es óbice para que, sin embargo, el vampiro se le eche encima a la protagonista. En ambas el destino de la protagonista es una lucha contra reloj por la salvación de su alma.

El sabio que descubre las marcas del vampiro es en ambas un singular personaje, que aúna el conocimiento de la ciencia médica con las más variadas y obscuras tradiciones. En ambas novelas ha de lograr la colaboración de los preceptores de las damas para acabar con el monstruo. No es raro que haya sabido de casos similares que se mencionan de forma críptica. La destrucción del vampiro en un antiguo mausoleo abandonado es un claro precedente de los sucesos de la abadía de Carfax en la novela de Stoker.

En ambos libros las actuaciones del vampiro son evidentes para el lector, que a menudo se pregunta como estos personajes tardan tanto en sorprenderlo. Esto ocurre porque el lector ya da por supuesta su intervención. Comprendamos que, en la realidad, a pesar de pruebas que novelescamente nos parezcan irrefutables, nosotros mismos tardaríamos siquiera en considerar tal posibilidad. Los personajes, al igual que nosotros mismos, no suelen creer en las mitologías de la tradición.

Estos son asuntos clásicos de la ficción gótica, en cuyas postrimerías se enclava esta obra. El gusto por los parajes exóticos (el castillo, los bosques centroeuropeos,...) a donde llegan perfectos ingleses para instaurar el orden, en una faceta más de su colonialismo, es un aspecto notable de esta corriente, así como el folclore de espectros, las ruinas, el acercamiento romántico y subliminal a pasiones tempestuosas, la narración en primera persona sembrada de advertencias y de frases del tipo "si entonces supiera lo que ahora sé"...

Mención aparte merece el erotismo subversivo que estas obras presentaban para la época. Aun en la actualidad se discuten las profundas implicaciones sexuales del mito vampírico. A este respecto Carmilla ofrece algunos de sus pasajes más acertados. Aunque sus descripciones puedan a veces antojársenos melindrosas y un poco cursis, conservan una brizna de inquietud y extrañeza aprovechables para el lector más curtido del género. Resulta casi obscena la delicadeza con que se retrata esta situación parasitaria, excita la imaginación la sugerencia de un cuerpo lánguidamente femenino abrazado sobre otro para chuparle la sangre. La ambigua relación que sostienen las dos mujeres parece más el despertar de una pasión prohibida y secreta que lleva en sí su propio y aciago destino ( característica obvia del romanticismo decimonónico) que una maldición antigua o una devoradora enfermedad. El hechizo en que la protagonista decía caer cuando Carmilla la asediaba con sus atenciones amorosas, por más reparos que interpone ante sus abiertas declaraciones de amor (expresando su inconveniencia, tal vez su amoralidad) ¿no recuerda a las metáforas habituales sobre el más poderoso enamoramiento? Incluso los remordimientos que dice combatir de vez en cuando, ¿no se identifican sospechosamente con la represión sexual de la época victoriana? El texto, que se quiere autobiográfico, parece más la renuncia obligada a una flamante pasión que el pretendido relato de una dolencia que ha sanado adecuadamente. No es preciso leer entre líneas una nostalgia que se volvería inexplicable en el retrato de una enfermedad, aun tan peculiar como se nos presenta ésta.

El desenlace, para mi gusto, es un poco apresurado, y desaprovecha la tensión acumulada. La previsible destrucción de Carmilla parece más un trámite que un climax, lejos del aliento épico que Stoker supo imprimir a su caza del vampiro. La explicación de la transformación de Carmilla en no muerto es pueril, aunque, en efecto, muy romántica y sentimental, lo que ratifica las conclusiones anteriores. En este punto Carmilla está más cerca de las revisiones contemporáneas que nos acercan un vampiro más desgraciado y humano, a la manera de un ángel caído, que de la fuerza demoníaca que concibió Stoker. Carmilla, en el fondo, no es sino un ser desdichado y caprichoso que se mueve por deseos muy humanos de amor y necesidad.

Por último, querría destacar la "exigencia especial" a que obliga Sheridan Le Fanu a su creación: la singularidad de que el vampiro deba identificarse con variaciones de las mismas letras que constituían su nombre terrenal, formando poco elaborados anagramas. Así, Mircalla, Millarca, Carmilla... Creo que no hay constancia de esta exigencia en ninguna otra criatura de la noche.
Un libro muy interesante para profundizar en las raíces de este mito del género que a todos nos ha fascinado alguna vez: el vampiro
 
 

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