EL AUTOR
Alfred Döblin (Stettin, Pomerania, 10 de agosto de 1878 – Emmendingen, 26 de junio de 1957).
Médico psiquiatra, escritor alemán, de origen judío polaco y nacionalizado francés desde 1936.
Döblin nació en la ciudad portuaria Stettin, Pomerania, actualmente Szczecin en Polonia; era hijo de un sastre judío. Su familia se mudó a Berlín en 1898, cuando su padre los abandóno. Allí Döblin estudió medicina y se especializó en psiquiatría en Friburgo.
Durante sus años de estudiante, se interesó por la Filosofía, sobre todo en Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Leyó a Schopenhauer y a Freud. Tras sus estudios, trabajó como periodista en Ratisbona y Berlín, antes de ganarse un puesto como psiquiatra en el barrio de clase trabajadora de Alexanderplatz.
Durante este tiempo escribió varias novelas, pero ninguna fue publicada hasta 1915, cuando Die Drei Sprünge des Wang-lun (Los tres saltos de Wang-lun) se editó, y ganó el Premio Fontane.
Durante la Primera Guerra Mundial Döblin ejerció de médico en el ejército alemán, pero continuó escribiendo.
En 1918 escribió Wadzek contra la turbina de vapor, donde hace un retrato irónico del capitalismo más desatado de esos años. Su novela histórica Wallenstein, situada en la Guerra de los Treinta Años, fue escrita en 1920. Con estos libros, sobre todo con el primero de ellos, se abrió ya a sus futuras preocupaciones.
En 1920 Döblin se afilió a la Asociación de Escritores Alemanes (Schutzverband Deutscher Schriftsteller) y en 1924 se convirtió en su presidente. Fue miembro del grupo 1925 junto a Bertolt Brecht.
En 1929 se publicó Berlin Alexanderplatz. Escrita parcialmente en alemán coloquial, mezclando varios puntos de vista, voces y niveles del idioma, con un estilo parecido a James Joyce, cuenta la historia de Franz Biberkopf, un exconvicto que se ve arrastrado cada vez más en un submundo de crimen y delincuencia del que no puede escapar. Él mismo colaboró en la primera versión cinematográfica de la novela, dirigida en 1931 por Piel Jutzi. La historia de Franz Biberkopf fue adaptada para la televisión en 1980 por Rainer Werner Fassbinder en una serie de catorce capítulos.
Cuando los nazis llegaron al poder en Alemania, Döblin huyó a Suiza y luego a los Estados Unidos, donde trabajó para la Metro-Goldwyn-Mayer en Hollywood.
En 1941 Döblin se convirtió al Catolicismo influenciado por sus lecturas de Søren Kierkegaard y Baruch Spinoza.
En 1945 volvió a Europa trabajando para el Ministerio de Cultura de Francia. Como funcionario, volvió a Alemania y se instaló en Baden-Baden, donde trabajó como editor de una revista pero, disgustado por el entorno político de su país natal, volvió a Francia (tenía la nacionalidad francesa desde 1936).
Sus dos obras más importantes de ese periodo son: la novela histórica Noviembre de 1918 y Hamlet, donde expresa sus esperanzas para Europa.
En 1956 Döblin ingresó en un sanatorio y permaneció allí casi paralizado ya. Murió en Emmendingen, al año siguiente.
EL LIBRO
Alfred Döblin ha sido siempre una figura controvertida y es todavía hoy un autor semimaldito que no acaba de encontrar su puesto en la literatura. Natural de Stettin del Oder (hoy Polonia) escribe el libro más importante que jamás se ha escrito sobre Berlín. Judío, se convierte al cristianismo. Socialista convencido, es siempre un solitario, y, desilusionado, abandona el partido como protesta. Se llama a sí mismo" autor de la burguesía" y se confiesa a la vez marxista, aunque heterodoxo. Escritor incómodo, es, en definitiva, uno de los escritores más insólitos de la literatura universal.
«Berlín Alexanderplatz» aparece en 1929. Su éxito es extraordinario y, en pocos años, alcanza cuarenta y cinco ediciones y se traduce a varios idiomas. La novela se consideró una exaltación de Berlín, ciudad que el autor, por su profesión de médico, conocía muy bien. Los ojos de Döblin (y sus cuadernos) registran todos los detalles de la geografía berlinesa, pero como narrador omnisciente, Döblin interviene en la acción y comenta lo que ocurre. Fondo y forma se funden en un libro desconcertante y abierto a la interpretación.
IMPRESIONES
Debo confesar que hasta hace muy poco, éste libro integraba uno de los de mi "tríada maldita", es decir una novela que siendo fundamental para la literatura del siglo XX, nunca había conseguido leer completa. Las otras dos son el Ulysses de Joyce y El Castillo de Kafka. Ahora, puedo decir con orgullo que ésta tríada se ha convertido en un binomio.
El libro es, en verdad, una auténtica obra maestra, principalmente por dos motivos. El primero es la historia que desgrana Döblin a lo largo de sus más de 500 páginas, una verdadera aventura, con algo de iniciática (más para el que lee que para el protagonista), que pasa de la comedia a la tragedia con una facilidad aterradora. Además, entre episodios y tareas, el narrador se presta a reflexiones y juicios que, lejos de recargar la novela —algo en lo que es sencillo caer, a tenor de lo que suele ocurrir con los experimentos vanguardistas—, la enriquecen de manera hermosa y extraña. Es “Berlín Alexanderplatz” un libro en el que cabe todo: el retrato de las clases bajas, la denuncia social, los juicios políticos, el temor ante el nacionalsocialismo inminente, la desesperada lucha frente al destino, y un largo etcétera.
El segundo motivo de admiración es el estilo. Alfred Döblin crea un narrador omnisciente que va más allá del tradicional punto de vista en tercera persona: la voz autorial es decididamente omnipresente, en ocasiones brutal; todo lo disecciona y va más allá de la simple sapiencia para convertirse en un personaje más del texto. Aparte de ello, la prosa está salpicada de juegos verbales, florituras estilísticas, diálogos ricos en matices y tonos; la narración impele al lector a prestar atención, a inmiscuirse con la historia que se le ofrece. Aunque las primeras páginas pueden resultar insólitas, el libro guarda entre sus páginas una narración de primer orden.
Aspecto de la Alexanderplatz en los años 20
Aparte de todo ello, la novela embiste frontalmente contra las convicciones burguesas de principios de siglo (no tan alejadas de nuestros días como cabría pensar), contra un sistema social preñado de injusticias y contra una clase dominante embrutecida. Aun cuando la acción se sitúa hace más de setenta años, todas las dobles lecturas son tan válidas hoy como entonces, y quizá tan necesarias. Un libro, en resumen, espléndido; una joya literaria por la que no pasa el tiempo.
Berlín Alexanderplatz es, muy resumida y simplemente contada, la historia de Franz Biberkopf que salió de la cárcel tras cumplir una condena de cuatro años por una muerte, digamos accidental, decidido a no volver a caer, a mantener una vida honrada y que lleva adelante esa intención profunda contra todos los embates, los más livianos y los más terribles, hasta que la vida, zarandeándole a su capricho, termina por hacerle regresar al camino de la deshonra pese a lo que finalmente logra alzarse y, quizá con menos brío, se despide de las páginas escritas por Alfred Döblin con una sosegada vida gris.
Y esta es la breve sinopsis de una obra en la que quizá, lo menos importante sea precisamente la historia que narra, lo relevante el cómo se cuenta y el discurso que acompaña a las peripecias de este personaje, mezcla de pícaro y víctima de las picarescas ajenas, de intenciones nobles y obras ocasionalmente ruines, como cualquiera de nosotros; pero no, no perdamos el respeto a los lectores, digamos mejor de la mayoría de nosotros.
Esta historia de caída y redención hace pocas concesiones. Sus personajes surgen de lo más bajo de la ciudad y sus vicios y crímenes son descritos con gran naturalismo. Döblin los dibuja como personas, no como criminales y es que, en efecto, Döblin trabajó como psiquiatra en lo que luego sería el Berlín Este, una zona bulliciosa, obrera, de gentes variopintas y de no excesivos recursos. Trabajando desde la Sanidad Pública trabó conocimiento de todo aquel mundo, sus secretas intenciones y sus impulsos. Por ello, no es de extrañar que por las paginas de Berlín Alexanderplatz apenas aparezca fugazmente algún personaje de posibles, siempre fuera de lugar, siempre ajeno a lo que acontece a su alrededor. Por ello, frente a la idea simple de que esta novela refleja el bullicioso mundo del Berlín de entreguerras (lo que parece sugerir cierta bohemia, burbujeantes fiestas y bailes de moda en el loco Berlín de los años veinte) realmente estamos ante el retrato de personas que luchan por sobrevivir, por ganarse el pan del día siguiente en una ciudad que se moderniza a pasos agigantados pero que no es capaz de proveer unos mínimos de seguridad, higiene o dignidad a gran parte de sus habitantes que quedan varados en los alrededores de esa simbólica plaza, punto de unión de los diversos mundos que forman Berlín pero de los que el libro no se preocupa
En ocasiones de manera expresa, en otras de un modo más sutil, Döblin parece querer establecer un paralelismo bíblico. Numerosas referencias, en especial al Antiguo Testamento, van trazando un nexo de unión simbólico entre Franz Biberkopf y Job. Otras referencias bíblicas son constantes (ciertos pasajes del Eclesiastés, visiones de algunos Profetas, Abraham, ...). ¿Implica ello que el fin de la obra de Döblin es moralizante? A la vista de su compleja biografía, de sus vaivenes ideológicos, no es fácil aventurar una respuesta clara, si bien, tengo la impresión de que su esfuerzo se volcó más en dibujar la vida de un Berlín y de unos habitantes que conocía muy bien; pretendía acercarlos a un público poco acostumbrado a presenciar a estos caballeros truhanes en su propio medio, prestándose mujeres, colaborando en robos con la complicidad de vigilantes y vecinos, cargados de maldad hasta el punto de no tener freno a la hora de cometer terribles actos contra quienes se oponen a sus planes.
La Alexanderplatz en la actualidad
Si bien la trama no carece de interés, lo que hace de Berlín Alexanderplatz una obra maestra es el modo en que se cuenta esta historia, haciéndola más real, más próxima al lector (pese a la total concreción geográfica, temporal y cultural del texto). Como buen hijo de su tiempo, Döblin admiraba la obra pictórica de los artistas de vanguardia, entre ellos los cubistas, que descomponían una imagen en sus planos aupándolos al mismo nivel, lo que concuerda perfectamente con la visión de psiquiatra de Döblin y las teorías de su profesión, capaz de estudiar al hombre, su mente, desmembrándolo en relaciones inadvertidas para un observador profano. El arte de Döblin viene a la hora de aplicar esta técnica a la prosa mediante diversos recursos que hacen de la lectura de Berlín Alexanderplatz un placer esforzado en sus primeras páginas y, tras la asimilación inadvertida del estilo del autor, una lectura plena de gratificaciones y hallazgos.
Así, en un mismo párrafo encontramos la voz interior del protagonista, sus palabras pronunciadas, la voz del narrador que se dirige a los lectores para llamar su atención sobre algunos hechos o alertar de los que en breve acontecerán o, con el mismo atrevimiento, se encara con el protagonista, le aconseja y advierte. Y todo ello entremezclado con otra voz neutra, de un narrador omnisci ente que no podemos identificar sin riesgo con la voz del autor.
Pero las superposiciones, a modo un gigantesco patchwork, se extienden a aspectos tan inusuales como la reproducción literal de textos de anuncios, folletos publicitarios, manuales de medicina, textos de periódicos o cartas auténticas; tan grande es la pasión de Döblin por los hechos, por tratar de transmitir una realidad a la que los recursos literarios tradicionales apenas alcanzan.. Los personajes toman prestados versos de poetas alemanes, himnos de Goethe, marchas militares e incluso canciones de moda en el momento. En ocasiones ciertas imágenes o versos actúan a modo de coda repetitiva que surge para subrayar determinados momentos ("es segadora, se llama Muerte", "para todo hay un tiempo") . Desgraciadamente lo que no podemos apreciar en las ediciones de esta obra es el poder manejar el manuscrito original de Döblin en el que, literalmente, pegaba los recortes de periódico, de publicidad y otros materiales que configuran ese hermoso collage que hoy leemos de corrido y sin percibir esa pasión por las manualidades y ese gusto por integrar en el texto la realidad de la que hablaba.
Este esfuerzo por hacer más vibrante, más real, la novela, paga tributo a los ojos de los lectores de este siglo en el que muchas de las referencias familiares para el público alemán del periodo de entreguerras, resultan totalmente ajenas obligando a optar por una generosa colección de notas aclaratorias o por la incomprensión de muchos aspectos que complementan la historia. Prefiriendo la primera opción, la edición y traducción de Miguel Sáenz en Cátedra permite extraer gran parte de ese jugo que, de otro modo, se perdería sin remedio. Asimismo, el estudio introductorio nos aporta una visión previa de este autor que, pese a su abundante obra, sólo es conocido por el gran público gracias a esta novela.
En definitiva, la lectura de Berlín Alexanderplatz da cuenta la suprema libertad que ejerció Döblin en su escritura, permitiéndose describir los bajos fondos de Berlín con todas sus miserias, anticipando la crispación política que estallaría pocos años más tarde, todo ello mezclado con grandes dosis de poesía. Esa libertad, fruto de una tremenda seguridad, le permitió combinar escenas sórdidas con momentos de gran belleza (por ejemplo la muerte de Mieze), o destrozar literalmente escenas dramáticas (el pasaje en el que se narra la incapacidad de Franz a la hora de completar al acto sexual con una prostituta tras su salida de la cárcel se rompe abruptamente con un texto extraído de un manual sobre disfunciones sexuales).
Esta libertad le permite asumir el riesgo que la mayoría de autores evitan, destripar su propio libro. La primera página de Berlín Alexanderplatz es, precisamente, el resumen del argumento de la novela y la posible lección que de ella se extraerá. Del mismo modo, cada uno de los nueve libros o capítulos en que se descompone el texto, viene encabezado por otro pequeño resumen de lo que en él se verá. Esto mismo es la mayor prueba de que el autor dio mayor importancia al tejido del libro, a su forma y discurrir, que a la breve historia del bueno de Franz. Siguiendo su sabio consejo y leyendo Berlín Alexanderplatz encontraremos por tanto, algo más que una historia, encontraremos, ahora ya sí, una Novela con mayúscula.
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