lunes, 21 de julio de 2014

FARENHEIT 451 (François Truffaut)





EL DIRECTOR

François Truffaut (1932-1984):

 Fue un director que mantuvo una relación amorosa con el cine, e intentó compartir ese amor con los espectadores en su filme La noche americana (1973), por el que obtuvo el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa. Vivió una infancia tan infeliz y solitaria como la del héroe de su primer largometraje, Los cuatrocientos golpes (1959). Hijo único de padre desconocido. Pasó su primera infancia al cuidado de su abuela Cuando aún era adolescente, se convirtió en un activo organizador de cineclubes. Su primer desengaño amoroso culminó con un intento de suicidio y su deserción del servicio militar para no ser destinado a Indochina le llevaron a un internamiento temporal en prisión.



Cahiers du Cinéma:
Desde la revista se ganó la fama de ser el más cáustico de los jóvenes críticos franceses, el núcleo de la nouvelle vague. Dirigió sus ataques al cine convencional francés y ejerció una gran influencia en el desarrollo de la teoría de auteur, que exaltaba los trabajos de oscuros directores estadounidenses de serie B. Su célebre artículo Une certaine tendence du cinéma français (nº31, 1954), cuya publicación había sido retenida un año temiendo las posibles consecuencias, critica a guionistas y determinados directores consagrados. Incluye una crítica frontal a los guionistas de prestigio Aurenche y Bost, y a los realizadores Jean Delannoy, Christian-Jacque y Claude Autant-Lara.
 
Los cuatrocientos golpes, como muchas de las obras noveles, es autobiográfico. Su héroe, el niño Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), es el mismo niño incomprendido y traumatizado que fue Truffaut. A lo largo de su carrera volvió varias veces a su héroe reflejo y continuó la vida de Doinel pasando por la adolescencia y la vida adulta en varias películas. Léaud continuó interpretando el papel a medida que maduraba. Con su segundo largometraje, Tirad sobre el pianista (1960), reveló la otra cara de su personalidad, inspirada por sus directores estadounidenses preferidos. De nuevo volvió a cambiar el paso con Jules y Jim (1962), donde sacrificó la dinámica de la cámara por un estudio de los personajes. Su "esquizofrenia" artística se hizo evidente en sus posteriores películas. A lo largo de su carrera osciló entre las influencias de Renoir y Hitchcock. Humanista romántico como Renoir, fue también admirador de las habilidades de Hitchcock, a quien intentó emular en varios de sus thrillers.
 
Su vida cambió absolutamente cuando, adoptado por Bazin, pasó a estar en función del cine. Sus romances con sus principales actrices le hicieron convertirse en habitual de la prensa del corazón, situación totalmente opuesta a la seria y discreta postura de Rivette o Rohmer. Su temprana muerte a los 52 años, de un tumor cerebral, contribuyó a fijar la imagen mítica que él mismo se esforzaba en construir.
 
El amor a los veinte años (1962); Besos robados (1968); La sirena del Mississippi (1969); Diario íntimo de Adele H (1975); El amante del amor (1977); El último metro (1980); La mujer de al lado (1981); Vivamente el domingo (1982).

LA PELICULA

Fahrenheit 451 es una película de ciencia ficción dirigida por François Truffaut, estrenada en 1966 y protagonizada por Oskar Werner, Julie Christie, y Cyril Cusack. Está basada en la novela homónima de Ray Bradbury.

Ficha técnica
Dirección
ProducciónLewis M. Allen
GuionFrançois Truffaut
Jean-Louis Richard
Basada enFahrenheit 451 de Ray Bradbury
MúsicaBernard Herrmann
FotografíaNicolas Roeg
MontajeThom Noble
ProtagonistasOskar Werner
Julie Christie
Cyril Cusack
Anton Diffring
Ver todos los créditos (IMDb)
Datos y cifras
País(es)Reino Unido
Año1966
GéneroCiencia ficción
Duración112 minutos
Idioma(s)inglés
Compañías
ProductoraAnglo Enterprises
Vineyard Film Ltd.
DistribuciónUniversal Pictures
Presupuesto$1.500.000.

 


La película se sitúa en una sociedad posterior al año 1990, en donde la tarea de los bomberos ya no es la de apagar incendios (las casas de ese momento no son inflamables) sino la de quemar libros, ya que, según su gobierno, leer impide ser felices porque llena de angustia; al leer, los hombres comienzan a pensar, analizan y cuestionan su vida y la realidad que los rodea. El objetivo del gobierno es impedir que los ciudadanos tengan acceso a los libros, pues vela para que los ciudadanos sean felices, que no cuestionen sus acciones y rindan en sus labores.

En este contexto se encuentra Guy Montag, un bombero que en principio no cuestiona estas leyes y está dispuesto a cumplirlas. En el correr de la película Montag conoce a una muchacha de 19 años, Clarisse McClellan, quien le cuenta que a ella y a su familia los tachan de "antisociales” porque piensan por sí mismos. Al principio, Montag la tacha de loca, pero es esa joven la que empieza a generar en él la duda sobre si verdaderamente es feliz, además de despertar su curiosidad sobre los libros que quema.

Montag comienza a leer, y esto implica no sólo ir contra las leyes que antes no ponía en tela de juicio, sino que comienza a darse cuenta de la realidad que lo rodea, de la infelicidad en la que está inmerso.
Montag, a partir de aquí, comienza a volverse en contra de lo que antes creía, desafiando a la ley en diversas ocasiones, y admirando la forma de vivir de Clarisse y su familia. La familia de Clarisse es arrestada, pudiendo ella escaparse. Tras un furtivo encuentro con Montag, donde le cuenta que se irá a vivir con los hombres-libro. Se trata de un grupo de personas que han logrado escaparse de la ley o huir antes de ser atrapados y, que para conservar los libros pero a su vez no cometer un delito por ello, se aprenden un libro. Curiosamente, su identidad pasa a ser la del libro: su nombre es sustituido por el título de la obra y su autor.

Tras esto, Montag tiene varios desacuerdos con su esposa, quien está completamente absorbida por esa sociedad enfermiza. Tras pedirle a ésta que elija entre los libros y ella, ella decide denunciarle.
Aún trabajando en el cuerpo de bomberos, Montag sale a hacer su trabajo y descubre que se dirige a su propia casa. Tras quemar casi todos los libros, Montag esconde uno, y tras incendiar su propia casa, logra escapar. Finalmente llega a donde están los hombres-libro, reencontrándose con Clarisse.

"Fahrenheit 451" (equivalente a 233 °C) recibió ese título porque la novela menciona que a esa temperatura se quema el papel.

IMPRESION PERSONAL

Si ha habido un nombre influyente en la cinefilia mundial en el último medio siglo, ese ha sido el de François Truffaut. Y esta aportación capital la hizo desde la sencillez, alejada de los galimatías culteranos de otros colegas integrantes de la nouvelle vague. Aunque quizás alguien pediría una matización al respecto: ¿no sería más acertado invocar la figura de André Bazin, mentor, protector y sucedáneo de la figura paterna? Emparejados como Sócrates y Platón, maestro y discípulo encarrilaron una nueva forma de ver y entender el cine, intercambio que se vio truncado por la prematura muerte de André, el 11 de noviembre de 1958.

El hombre que prefería el reflejo de la vida a la vida misma realizó esta su primera y última película en inglés en respuesta a una de sus pasiones más longevas y sentidas: los libros. «Films-libros, libros-films, tal es el engranaje de mi vida puesto que mi amor gemelo por los libros y por los films me ha llevado a rodar 'Jules et Jim', homenaje a un libro particular, o también 'Farenheit 451' que los engloba a todos.»

Oskar Werner en su papel de bombero y un esplendido Cyril Cusack, en su papel de jefe del cuerpo de bomberos


La fantasía original salió de la privilegiada testa de Ray Bradbury (Illinois, 1920), escritor especializado en la anticipación científica pre-ciberpunk, ya saben: mundos infelices progresivamente deshumanizados donde la tecnología se dedica a castrar emocionalmente al individuo. Las ocupaciones de este narrador de pesadillas han sido variopintas, desde que a los doce años decidiese que iba a escribir cada día no menos de cuatro horas: el mundo del teatro, la escritura de guiones cinematográficos, para la radio y televisión... Yo estaría por recomendarles directamente sus poesías, pero los que de esto entienden señalan como señeros (amén de su Farenheit 451 (1953)), Crónicas marcianas (1950), Leviatán 99 (1966) y Mucho después de la medianoche (1977).

En un futuro no muy lejano, la especie humana ha dado el salto evolutivo "definitivo": prescindir de los libros y volcarse en la evasión desprejuiciada de la pantalla (algo impensable en la actualidad, donde Negro sobre Blanco, Metrópolis o Días de Cine copan los primeros puestos del share, en detrimento de Salsa Rosa, Corazón, Corazón y demás programas marginados por un público responsable y selectivo). Lo más grande que le puede pasar a un habitante de este plató donde el drama está vetado es tener sus quince minutos de gloria catódicos, desarrollando algún papelito en el psico-reality de turno... recuérdese que estoy hablando de una ficción que se ha demostrado a todas luces exagerada, hiperbólica, casi demencial.

Este auténtico paraíso de Chabelis y Pocholos cuenta con una policía para velar por el analfabetismo colectivo. Nada más y nada menos que el cuerpo de bomberos, reconvertido en una expeditiva unidad que a golpe de llamarada y hoguera de campamento da buena cuenta de revistas, volúmenes y demás ejemplares capaces de deformar la mente de niños y adultos.

¡Si es que es verdad! Con lo difícil que ha sido la conquista de la felicidad masiva, como para que la gente vaya por ahí devorando historias poco edificantes, dándole vueltas al tarro y elucubrando sobre la condición humana, por culpa de cuatro plumillas de tres al cuarto. Una aberración, vamos. Menos mal que nuestro sapientísimo Estado ha sabido tomar las medidas adecuadas... (por cierto, si le echan un vistazo al plan de estudios de sus hijos quizás lleguen a la conclusión de que la conspiración hace tiempo que comenzó. Por si acaso, vayan poniendo a buen recaudo lo más selecto de sus bibliotecas en el falso techo).

Existen, con todo, pequeños núcleos resistentes dispersos por la gran ciudad. La gente se las apaña para esconder el perverso material en los lugares más insospechados, tratando de burlar los exhaustivos registros de los bomberos pirómanos. Pocas veces lo consiguen, porque en sus filas hay gente muy profesional, verdaderos amantes de su oficio...

La pareja protagonista, Oskar Werner y Julie Christie, en uno de los dos papeles que representa


Es el caso de Montag, que se complica la vida trabando conocimiento con una lectora dispuesta a contagiarle tamaño vicio. Su horrorizada esposa verá como el muy insensato comienza a devorar libros, sin dejar de preguntarse qué habrá hecho ella para tener que cargar con semejante cruz. ¿No podría haberle salido borracho, como el vecino del tercero?

Imagínense la esquizofrenia que provoca tener que seguir quemando los libros que ahora uno venera. El doble juego no durará mucho: no tardará en recibir la cordial visita de sus compañeros de trabajo, dispuestos a montar una fiesta de las buenas en su casa, con la garrafa de gasolina y unas cuantas cerillas. Nuestro héroe apenas tiene tiempo de huir despavorido, vagando entre la nieve.

En el exilio helado, Montag conocerá a hombres dedicados a la perpetuación del recuerdo, a evitar que caiga en el olvido el conocimiento acumulado en siglos de caligrafía e impresión. En un retorno al medioevo -elemento común a tantas y tantas vitriólicas aproximaciones al futuro por parte de la ciencia-ficción-, la transmisión del saber vuelve a hacerse de forma oral, memorizando novelas que a su vez serán aprendidas por aplicados pupilos en la hora en que a uno le toque morir (y junto a uno, la posibilidad de que perezca un libro, un mundo entero).

Cabe destacar que la intención de su director a la hora de abordar este proyecto era la historia en sí y la de los personajes que la componen, no teniendo que recurrir al uso de un enorme presupuesto, costosos efectos especiales y decorados muy caros (algo muy habitual hoy en día dentro del género de la ciencia-ficción), siendo un buen ejemplo de cómo se puede contar una gran historia con pocos medios, mucha pericia y un buen reparto de excelentes actores que puedan trasmitir al público como es la personalidad individual de cada uno de ellos.

Historia por tanto de claro manifiesto reivindicativo que denuncia por encima de todo la barbarie y la inconsciencia que supone destruir todo un legado de cultura e imaginación como son el mundo de los libros por personas como el jefe de bomberos (un magistral Cyril Cusack) que antepone sus absurdos ideales por encima de lo que piensen y opinen los demás en la secuencia donde le explica a Montag el por qué le lleva a actuar de esta manera siendo lo que es, una persona autoritaria y sin escrúpulos.
A destacar la magnífica e hipnótica banda sonora de Bernard Herrmann, y el gran trabajo fotográfico de Nicholas Roeg. Impactan secuencias como la que muestra la inmolación de la dueña de la casa, prendiéndose fuego junto a sus libros, y la del final de la película, en donde nuestro fugitivo protagonista se reencuentra con Clarissa y los hombres-libro, llegando a convertirse en uno de ellos con el fin de preservar el legado de la lectura para las siguientes épocas donde no exista la opresión, la intolerancia ni la persecución por el simple hecho de leer un libro.

"El cine de papá ha muerto". Así expresaban Truffaut, Godard y Chabrol en Cahiers du cinema su pertenencia a la nouvelle vague. El nuevo movimiento de origen francés arremetía contra el academicismo burgués y contra los directores de la llamada tradición de la calidad, filmes fruto del esfuerzo de un equipo y que eran aclamados por público y crítica al unísono.

Frente a esto, los jóvenes críticos y directores proponían una "política de autor" que consistía en reconocer en cada uno de los filmes la huella del autor y su estilo personal. Truffaut realiza en 1966 Fahrenheit 451, la temperatura a la que arde el papel. Resulta atractivo analizar esta obra que ha sido la más cuestionada del realizador y la que, sin embrago, sigue reflejando esa idea que promulgaba el maestro: reconocer en el filme al hombre que lo hizo. En Fahrenheit 451 Truffaut pudo aunar sus dos pasiones. A través del cine, el director consiguió homenajear a su segundo amor, la literatura. En 1970, el director francés afirmaba en la revista Télécine, "si he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años, está claro que es porque prefiero ver la vida a través de los libros y del cine". Truffaut evidencia así su interés por los libros y, siendo así, no es de extrañar que le atrajese la idea de llevar al cine la novela de Ray Bradbury. Truffaut logra transmitir su preocupación, y la nuestra. Un futuro no muy lejano en el que los libros estuviesen prohibidos y se persiguiese a todo aquel que osara leerlos. Pero la idea no es tan sencilla como eso, el director relaciona esa batalla con la incapacidad de las personas para razonar, para pensar por sí mismas.

Nos presenta máquinas controladas por el estado, esta idea también está presente en la más reciente 1984, de Michael Radford. Personas vigiladas y vigilantes, indiferentes, irracionales y débiles, y entre toda esa masa, la esperanza. Oscar Werner representa al individuo libre, una defensa de los sentimientos propios, del yo contra el nosotros.
Combinando las características de este personaje con las peligrosas circunstancias en las que se halla se consigue un filme a medio camino entre la poesía y el terror psicológico, entre Renoir y Hitchcock.
Julie Cristhie interpreta en esta película dos personajes antagónicos, por un lado, la mujer de Montag, fiel seguidora del sistema; por otro, la profesora, baluarte de la mujer fuerte y armoniosa, capaz de afrontar la situación antes, durantes y después.
En contraposición, Oscar Werner representa al hombre débil y cobarde. Si bien los actores conforman el carácter de la película, los verdaderos protagonistas en la obra son los libros. Truffaut comentaba cuando grababa un set del filme que los planos en los que se veía la caída de los libros hasta el suelo eran imprescindibles, y lo son. El acto de desechar los libros es realista desde el momento en el que se nos muestra a personas consumidas por el miedo a saber y por el odio a lo desconocido.

Fahrenheit 451 tiene un final ambiguo, pero esto no es de extrañar pues es una constante en los filmes del director.

Escoge un desenlace abierto, o un principio después del fin. El futuro es incierto, sí, pero contemplar a todos esos hombres-libro es halagador y, cuanto menos, esperanzador. El mérito para dos grandes: Ray Bradbury y Truffaut. Uno nos concede el placer de leerlo, otro nos ofrece la posibilidad de verlo en imágenes.

Fahrenheit 451 no es solamente la temperatura a la que arde el papel de los libros. Es también una de las películas por las que más palos le llovieron a su director, embarcado en una aventura que le llevo cuatro años, con continuas reescrituras del guión. Cuentan que el protagonista (el Oscar Werner de Dos hombres y una mujer (Jules et Jim, 1961) en substitución de Paul Newman, primera de las opciones barajadas, no se llevaba precisamente bien con su parternaire...

Algunas de las dificultades con las que se encontró rallaban directamente en lo absurdo. "Los abogados hollywoodenses de la Universal querían que no se quemaran los libros de Faulkner, Sartre, Proust, Genet, Salinger, Audiberti...: "Limítese a los libros que pertenezcan al dominio público", decían por temor a eventuales demandas". Súmese a esto que el tiempo ha hecho mella en algunas soluciones formales adoptadas por su director, quedando ciertamente kitsch determinados efectos especiales.

Pero quedémonos con lo bueno. Esos títulos de crédito leídos en voz alta (¿para ese espectador del futuro que ya no sabrá leer?), la música de Bernard Hermann, el desdoblamiento de una impecable Julie Christie y, en definitiva, el rotundo homenaje a la literatura de un hombre que amaba a los libros... casi tanto como a las mujeres.

En todo caso, guste más o guste menos, PELICULA DE VISIONADO IMPRESCINDIBLE.

No hay comentarios:

Publicar un comentario