lunes, 26 de agosto de 2013

LIBROS QUE HE LEIDO: EL ALQUIMISTA IMPACIENTE (Lorenzo Silva)



EL AUTOR

Lorenzo Manuel Silva Amador nació el 7 de junio de 1966 en un edificio hoy demolido del antiguo hospital militar Gómez Ulla, en el barrio de Carabanchel de Madrid.
Estudió Derecho en la Universidad Complutense y ejerció  como abogado, tras pasar un año como auditor de cuentas y otros dos como asesor fiscal en una firma multinacional, pero a finales de los noventa decidió  colgar la toga y dedicarse de lleno a la literatura.
 
 
Lorenzo Silva es hijo y nieto de militares. Ambas circunstancias permiten suponer que su conocimiento interno del funcionamiento de la Benemérita será bastante más amplio que el de la mayoría de los lectores.



Desde que iniciara su dedicación a la literatura,  ha cultivado diferentes géneros:


Novela:

La flaqueza del bolchevique (finalista del Premio Nadal 1997).
Noviembre sin violetas.
La sustancia interior.
El urinario.
El ángel oculto.
El nombre de los nuestros.
Carta blanca (Premio Primavera 2004)
Niños feroces.
Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia.
El cazador del desierto.
La lluvia de París.
 

Y, por supuesto, la serie de novela policíaca protagonizada por los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro:


El lejano país de los estanques, 1998 (Premio Ojo Crítico 1998).
El alquimista impaciente, 2000 (Premio Nadal 2000).
La niebla y la doncella,2002
Nadie vale más que otro, 2004
La reina sin espejo 2005.
La estrategia del agua, 2010
La marca del meridiano, 2012. (Premio Planeta 2012)

Relatos:
El déspota adolescente.

Libro de viajes:
Del Rif al Yebala. Viaje al sueño y la pesadilla de Marruecos.

Libro-reportaje:
Al final, la guerra, junto a Luis Miguel Francisco

Ensayo:
El Derecho en la obra de Kafka.
Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil (Premio Algaba de Ensayo).

Su obra ha sido traducida al ruso, francés, alemán, italiano, griego, catalán y portugués.

Como guionista de cine, ha escrito junto a Manuel Martín Cuenca la adaptación a la gran pantalla de la novela La flaqueza del bolchevique.

EL LIBRO

Un cadáver desnudo, sin rastros de violencia, aparece atado a una cama en un motel de carretera. ¿Se trata o no de un crimen? El sargento Bevilacqua, atípico investigador criminal de la Guardia Civil, y su ayudante, la guardia Chamorro, reciben la orden de resolver el enigma.
 
La investigación que sigue no es una mera pesquisa policial. El sargento y su ayudante deberán llegar al lado oscuro e inconfesable de la víctima, a su sorprendente vida secreta, así como a las personas que la rodeaban, en su familia, en la central nuclear donde trabajaba. Y desentrañar un cada vez más complejo entramado de dinero e intereses que los llevará a varias ciudades. Pero la clave, como en la alquimia, está en la paciencia; la que necesitarán los investigadores y también la que les faltó, de uno u otro modo, a los personajes con los que se tropiezan en su búsqueda.
 
Una novela de corte policíaco que es mucho más que un relato de intriga, y en la que descubrir a la víctima es casi más importante que descubrir a su asesino. Como en los libros de Chandler y Hammett, no se trata de resolver un crimen como quien resuelve un acertijo, sino que hay que sumergirse en las circunstancias y personajes que rodean la muerte, en su trasfondo social.
 
 
 
IMPRESION PERSONAL
 
La novela resulta especialmente interesante por cuanto se asume a sí misma ya como parte de un ciclo. Si en la anterior historia de Bevilacqua y Chamorro parecía que los dos guardias civiles eran los instrumentos de una historia, aquí se consolidan como personajes de una serie. Se nos detallan sus manías, se refuerza el análisis de su personalidad con detalles ya apuntados en El lejano país de los estanques, se da forma definitiva a la tensión sexual, refrescantemente directa e inocente, entre el veterano y curtido Bevilacqua y la joven y discreta Chamorro, obligados a dormir juntos en la misma habituación para tormento del primero.  Además, cuaja aquí por completo la voz de Bevilacqua como narrador. Irónico pero nunca cínico, siempre salido aunque armado de contención para disimularlo parcialmente, con la franqueza brutota de un guardia civil tradicional tamizada por una educación bien distinta, Bevilacqua es un personaje muy redondo, y un narrador con verdadera personalidad. La forma en la que Silva le hace admitir tácitamente sus debilidades y le permite sobreponerse a ellas es verdaderamente magistral.
 
Una novela  bien construida en la que el autor ha sabido crear una trama muy compleja,  con un argumento muy bien desarrollado, en el que ha creado unas  situaciones fuertes pero a las que ha logrado darles el punto de credibilidad de una forma natural, con un lenguaje claro y directo.  Una novela que engancha desde el principio al final.

De esta novela se ha hecho una película que fue dirigida por Patricia Ferreira y protagonizada por Ingrid Rubio, Roberto Enríquez, chete Lera y Adriana Ozores, entre otros.
 
Fotograma de la película realizada a partir de la novela, donde se ve a la pareja protagonista, representada por los actores Roberto Enriquez e Ingrid Rubio
 
 
Los protagonistas de El alquimista impaciente son dos guardias civiles, el sargento Rubén Bevilacqua y su ayudante, la guardia Virginia Chamorro. No son dos personajes desconocidos para los lectores, pues hicieron su aparición en El lejano país de los estanques, novela en la que se narra la investigación de un asesinato en la isla de Mallorca. En esta ocasión, los dos agentes, destinados en Madrid, en los servicios centrales de la Guardia Civil, se ocupan de identificar al responsable de la muerte de un ingeniero de una central nuclear cercana a la capital de España (el autor no da más precisiones, pero a tenor de los escenarios en que transcurre la acción, podemos aventurar que se trata de la central de Trillo, en Guadalajara).
 
El hecho de que una novela policíaca esté protagonizada por una pareja de investigadores no es un rasgo especialmente original dentro del código de este género narrativo, tanto en su vertiente literaria como en la cinematográfica. De hecho, podríamos decir que constituye casi un tópico (recordemos el conocido ejemplo de Sherlock Holmes y el doctor Watson, de los relatos de Conan Doyle, o, por no salirnos del ámbito español, el caso del detective Carvalho y su ayudante Biscúter, de Vázquez Montalbán). Lo que ya no es tan común en la literatura es que la pareja de investigadores sean un hombre y una mujer, lo cual añade al interés derivado de la intriga una cierta tensión que contribuye a la eficacia del relato y a captar la atención de los lectores. Hay que destacar, en cualquier caso, que esta tensión sexual es muy leve, apenas sugerida, y siempre de forma muy elegante. No puedo asegurar si este planteamiento será o no deliberado, pero cabe considerarlo como una estrategia narrativa e incluso comercial; me arriesgaría a decir que Lorenzo Silva lo hace así para “ponernos los dientes largos”; estoy seguro de que veremos alguna escena más explícita de la convivencia entre Bevilacqua y Chamorro en novelas posteriores de la serie (el autor ha declarado en alguna entrevista, y lo repite en su web, que ésta no será la última).

La presentación del sargento y la guardia es escueta y funcional, y la narración apenas se demora en la descripción de las características físicas de los personajes. La ausencia de referentes “visuales” tal vez se deba al hecho de que la historia está contada en primera persona (el narrador-protagonista es el propio sargento), circunstancia que haría poco verosímil la presencia de autorretratos explícitos. La mayor parte de las escasas prosopografías de la novela corresponden a la guardia Chamorro, mujer reservada, sensata y de carácter firme, con un interesante toque feminista, virtudes que acompañan a un aspecto físico algo anguloso y hasta rudo, pero muy atractivo. Esta última cualidad se pone de manifiesto en un par de episodios (el primero tiene lugar en los ambientes de diversión de la Costa del Sol; el segundo, en un selecto restaurante madrileño), en los que la guardia se maquilla y se viste con ropas elegantes para acceder a ambientes que, de otro modo, estarían vedados a su investigación. La belleza de Chamorro supera así el valor puramente decorativo y se convierte en un elemento funcional de la trama, tal como ya ocurría en El lejano país de los estanques (en aquella ocasión, con playas nudistas incluidas). El sex-appeal del personaje no es ajeno a los tópicos del género (se me ocurren ahora los ejemplos de Los ángeles de Charlie, en mujeres, y del infatigable James Bond, en hombres) y es probable que el autor sea consciente de ello, porque no abusa de la capacidad seductora del personaje e incluso se permite alguna deliberada hipérbole al respecto (por ejemplo, en el episodio en el que la madame de un muy selecto servicio de señoritas de compañía sugiere a Chamorro que puede encontrar trabajo en su gremio si se decide a abandonar la Benemérita).

El personaje de Chamorro se define básicamente a partir de la mirada de su superior, quien a menudo realiza observaciones, reflexiones o juicios, casi siempre admirativos, sobre el comportamiento, las capacidades y las actitudes de su subordinada. Tal enfoque no carece de interés para el lector, porque amplía la perspectiva narrativa y da mayor profundidad al retrato psicológico del sargento. Ahora bien, en mi opinión este tratamiento no es del todo convincente, porque da como resultado un personaje limitado, pobre, menos “jugoso” de lo que prometía (y menos todavía para alguien que haya leído El lejano país de los estanques, novela en la que Chamorro destacaba con mayor fuerza y brío). En más de una ocasión, el personaje de Chamorro resulta demasiado desdibujado, y sufre un claro desequilibrio con respecto a su jefe, a cuyo lado parece más comparsa o figurante que verdadera co-protagonista.

Mucha mayor entidad y una imagen más certera y perdurable consigue el personaje protagonista, el sargento Rubén Bevilacqua, pues no en vano toda la trama se presenta a través de sus observaciones y de su testimonio. Digamos en primer lugar que estamos ante un investigador atípico, y que su singularidad comienza por su insólito apellido, el cual da lugar a innumerables confusiones, alguna de ellas de indudable comicidad. Desde luego, el lector que firma esta reseña no estaba acostumbrado a tratar con agentes de la autoridad como el que ahora nos ocupa: culto, licenciado en Psicología, poco o nada militarista, escéptico con la disciplina y la autoridad, y de talante civilizado, democrático y aun progresista. Sería injusto afirmar que es inverosímil acumular tantas cualidades en un sargento de la Guardia Civil, pero no que en algunas ocasiones pueda parecerle al lector un personaje excesivamente idealizado. Admito, no obstante, que este escrúpulo tiene que ver más con el posible referente del personaje (es decir, los guardias civiles reales), que con la recreación que de ellos lleva a cabo el autor, la cual, por otra parte, se halla en la mejor tradición del género. En efecto, Bevilacqua corresponde al modelo del investigador “cerebral” tantas veces inmortalizado en las novelas policíacas. Sus métodos se basan en la observación, la deducción, la tenacidad, el trabajo en equipo y el conocimiento de las turbias motivaciones del espíritu humano. De su labor queda casi totalmente excluida la violencia (excepto en una escena, hacia el final de la novela), aunque no las técnicas de intimidación que supongo forman parte inevitable de los interrogatorios policiales; incluso en la aplicación de éstas, el lector se identifica con el proceder del agente, pues sólo las utiliza sobre criminales indeseables o plutócratas corruptos.

Central nuclear de Trillo (Guadalajara), en la que se inspira la novela


Antes hemos invocado a Conan Doyle, pero habría que destacar que el protagonista de la novela de Lorenzo Silva está más cerca de los héroes de la novela “negra” contemporánea (de Hammett y Chandler para acá), que del modelo de los detectives del relato policial clásico (Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot). El hecho de que Bevilacqua sea un agente de una organización sometida a la disciplina militar no significa que también se trate de un policía complaciente y servil con la autoridad establecida, de un robot incapaz de la menor independencia de criterio; muy al contrario, su inteligencia, su experiencia y el consiguiente conocimiento de las formas más oscuras de ejercicio del poder económico y político (cuya eficacia y amplitud corruptora ya comprobamos en El lejano país de los estanques) le proporcionan esa capacidad de distanciamiento, ese talante escéptico y a veces sarcástico, típico de los héroes de la novela policíaca moderna.

A través de los ojos de Bevilacqua y de los vericuetos de la investigación criminal que protagoniza, el lector no sólo descubre la identidad de los criminales —condición sine qua non de toda novela del género—, sino que también tiene la oportunidad de entrar en los infiernos de la droga y la prostitución, asistir a sucios manejos empresariales y conocer las estrategias de los grupos de presión económicos y mediáticos. Con todo ello Lorenzo Silva dibuja un certero y ácido retrato de nuestra sociedad actual, dominada por el culto al dinero y al poder que éste proporciona. No es, en cualquier caso, un retrato tan amargo como pudiera parecer, ya que frente a la corrupción, la ambición desmedida, los vicios inconfesables o el señoritismo más repulsivo se alza la perspectiva del propio autor, quien no ha dudado en convertir a algunos personajes —no sólo Bevilacqua y Chamorro, sino otros inolvidables secundarios, como el joven y desbordado juez que instruye el caso, el eficaz comandante Pereira y los demás agentes de la Guardia Civil que aparecen a lo largo de la trama— en verdaderos adalides de la honestidad, la dignidad profesional y hasta el civismo. Quizás sea este el aspecto donde los militares de Lorenzo Silva resultan más prototípicos y tal vez increíbles o incluso incómodos para ciertos lectores. No obstante, no deja de ser refrescante la mirada que nos propone el autor madrileño, una mirada esperanzada y positiva, capaz de afirmar, entre tanta imagen de individualismo nihilista como pulula por la novela española contemporánea, la importancia de ciertas virtudes —el sentido del deber, el valor del trabajo bien hecho, la capacidad de afecto y compasión por las víctimas— encarnadas por hombres y mujeres entregados al servicio de sus conciudadanos.
 
 
 
 
 
 

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