EL AUTOR
Jesús Sánchez Adalid (Don Benito, Badajoz; julio de 1962); sacerdote católico y escritor de novelas históricas español. Licenciado en derecho por la Universidad de Extremadura, ejerció de juez durante dos años, profesión que abandonó para convertirse en el párroco del pueblo extremeño de Alange.[1]
Se doctoró en derecho en la Universidad Complutense de Madrid, llegando después a estudiar filosofía, teología y una licenciatura en derecho canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Suele colaborar habitualmente en revistas como National Geographic, Ciencia y Vida, así como en Radio Nacional de España.
En 2007 recibía el premio de novela Fernando Lara. El 7 de septiembre de este mismo año, en el anfiteatro de Mérida, recibió como reconocimiento por sus obras la medalla de Extremadura, considerada como la máxima distinción institucional que concede la comunidad homónima.[4]
Algunas de sus novelas comienzan en los lugares de su tierra natal; Jerez de los Caballeros, Zafra, Trujillo o Emerita Augusta, donde suele recrear parajes históricos escribiendo sobre costumbres, oficios y penurias de las gentes
A pesar de nacer en Don Benito (1962), pasó su infancia en Villanueva de la Serena, Badajoz. Durante su infancia estudió en colegios públicos y su adolescencia fue similar a la del resto de los chicos de su edad, teniendo algún que otro noviazgo que no terminó de cuajar. Posteriormente, se licenció en derecho por la Universidad de Extremadura y realizó los cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. A los 25 años, luego de ejercer como juez en Villanueva durante dos años, decidió entrar en el seminario, llegando a contactar con organizaciones como Amnistía Internacional y otras ONG con la intención de convertirse en misionero. También se licenció en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca, hasta que finalmente, terminó ejerciendo de sacerdote en el pueblo de Azuaga, en la provincia de Badajoz, donde dirige el grupo scout 627 Aquae.
Ha escrito diversas novelas de carácter histórico y numerosas historias de personajes sustraídos. Los ambienta en el territorio (flora y fauna, ubicación de lugares y descripción del entorno), época (al final de cada obra hay una detallada explicación de la época y en qué ha consistido su narración) y costumbres (gastronomía, piezas musicales, usos de lenguas, vestimentas, tratamientos), y un largo etcétera.
SINOPSIS DEL LIBRO
La Tierra sin Mal narra las aventuras de dos hombres totalmente opuestos: Tomás Llera, un hidalgo extremeño que parte a las Indias en busca de fortuna, y Enrique Madrigal, un misionero utópico que viaja para participar en las reducciones jesuíticas de Paraguay.
Es la historia de dos ilusiones enfrentadas, de dos ambiciones distintas: Llera sintetiza el afán desmedido de riquezas y poder en unas Indias muy prometedoras; Enrique confía en un mundo futuro armónico donde los hombres vivan felices, ajenos al egoísmo y el mal.
Ruinas de reduccion jesuitica en Paraguay
Desde la Sevilla de los marineros y los truhanes, de las cofradías de Semana Santa y las imágenes del Barroco, pasando por el Madrid de los Austria, la Salamanca universitaria, la Castilla eterna y sobria, y los concurridos puertos Canarios, el itinerario de ambos protagonistas se adentra en el Atlántico de los grandes viajes de ultramar, con escalas en Bahía, Río de Janeiro y Sâo Paulo hasta alcanzar el Paraguay selvático.
Allí, la historia discurre por los agrestes parajes del Guairá, la ciudad colonial de Asunción y las misiones jesuíticas en las que los indios guaraníes buscan refugio de los bandeirantes, traficantes de esclavos portugueses que no desean perder su poder.
Las dos historias de los dos protagonistas son muy interesantes y entretenidas, a la mitad del libro se entrecruzan y forman una misma historia, pero con dos comportamientos muy diferenciados.
Tomás Llera, joven soldado de fortuna se convierte en un bandeirante, así se denominaban los bandidos portugueses que acogían como mercenarios a todo tipo de personas -menos indios-, pues a estos últimos los hacían prisioneros para venderlos como esclavos. Y cuando estos escaseaban se los robaban a las reducciones jesuíticas en la que vivían en libertad aprendiendo nuevas formas de vida y diversos oficios... además del culto a la fe cristiana. Además sus principales victimas eran las expediciones españolas que iban al nuevo mundo.
Enrique Madrigal, era un joven misionero, muy apasionado y convencido de ayudar y cristianizar a los indios de los nuevos asentamientos misioneros –llamados reducciones-, en los agrestes parajes del Guairá –actual Paraguay-, dónde tendrá que enfrentarse con los bandeirantes, para salvar su vida y la de los indios.
IMPRESION PERSONAL
Ruinas de reduccion jesuitica en Paraguay
Jesús Sánchez Adalid no tiene una historia que contar en este libro y sí una interesante crónica general de la época y específica de las reducciones jesuísticas de Paraguay, por tanto, podría haberse decidido por un ensayo en toda regla, pero no, optó por la novela, y así el libro se resiente de una estructura forzada que no le corresponde, a pesar de que su prosa explícita y sobria resulta casi en todo momento plácida.
Estamos ante una moda, el de la novela histórica, comprensible: a muchos les gusta adentrarse con un cierto rigor en los conocimientos de una época determinada de la mano de una trama que les haga como de guía turístico amable y complaciente por los escenarios de la Historia. Por tanto, tal vez, esa trama o argumento o, en sí, novela, es lo de menos; si el guía se limita a hacer su trabajo y punto, tampoco vamos a exigirle concesiones extras de tipo literario. Este es el caso de LA TIERRA SIN MAL ( 2003 ), donde el inicio de algunos capítulos resulta en exceso repetitivo, una descripción de lugar con los mismos ingredientes cada vez: la materialidad del paisaje sumida en las leyes de la naturaleza y el clima, como escenario propicio por donde empezarán a deambular al momento los personajes. Los diálogos, bastante abundantes, tienen un cariz teatral que les resta naturalidad y por tanto credibilidad. Y el argumento flojea precisamente por estar supeditado al escenario histórico, que prevalece por regla general. Asi pues, tenemos una primera parte de la novela lenta (la acción transcurre enteramente en España) y una segunda parte, la que transcurre en las Indias, a veces excesivamente vertiginosa, faltándole un final coherente a la obra, es decir, no hay final, se nota que "falta algo".
Para encarnar los contrastes y conflictos entre actitudes e intereses que confluyeron y al fin arruinaron las misiones que los jesuitas implantaron en tierras inhóspitas de Paraguay con un espíritu francamente encomiable respecto a sus semejantes, los indios guaraníes de aquellas regiones, Sánchez Adalid nos presenta en sus respectivos ámbitos españoles dos personajes protagonistas que más tarde partirán hacia América con unos ideales opuestos: Tomás Llera, el joven e ingenuo soldado aventurero en busca de gloria y fortuna a cualquier precio, y Enrique Madrigal, misionero comprometido con la defensa de los indígenas explotados en Índias. De este modo aprovecha el autor las peripecias primero por separado de tales personajes para ir desmenuzando la bien documentada crónica de principios del siglo XVII en una España muy orientada hacia el Imperio consolidado ya en América. Una crónica amplia, rica y veraz que transcurre por muy diferentes escenarios, como la Sevilla gran capital del mundo Hispano, el Madrid de los Austrias o la Salamanca universitaria. Pero una crónica también limitada y parcial, pues, por ejemplo, omite en todo momento cualquier referencia a la Inquisición, que causaba estragos con su locura y sinrazón entre muchos pobres desgraciados siempre inocentes. Más adelante la crónica prosigue recreándose acompañando a los dos mencionados personajes en su viaje hacia América y ya en el continente con sus aventuras y desventuras por el Brasil y Paraguay.
Pero donde hace hincapié el autor es en la descripción de las llamadas reducciones de los jesuitas, unas misiones implantadas con sacrificio extremo en lugares recónditos de las selvas, donde en nombre del cristianismo y la evangelización mejor entendidos, se daba amparo y refugio a los índios del lugar protegiéndoles primeramente de las expediciones que se organizaban para hacerles presos y esclavizarlos. En una sociedad como la de la época en sudamérica, tan esclavista y explotadora, esas comunidades organizadas por unos cuantos monjes idealistas y obstinados en sus buenas intenciones, resultaban unos idílicos oasis de fraternidad en medio de tantos abusos y crueldades. La convivencia se basaba en el respeto mutuo, en la condición igualitaria entre las personas y el trabajo comunitario, en la confluencia de creencias religiosas y míticas de diferentes culturas en torno a los iconos y tradiciones del cristianismo, asimilando cultos sin imposiciones ni docmatismos severos. Además se adoctrinaba a los índios en las tareas de agricultura y ganadería y demás oficios prácticos, como en las artes y artesanías, y para tal fin eran enviados expresamente a las misiones también algunos laicos de buena voluntad, maestros en distintas disciplinas como la talla, la pintura, la construcción de instrumenos musicales y especialmente el canto y la música, a la cual los guaraníes se aficionaban con gran devoción y demostrando buenas aptitudes.
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